Es habitual. Cada vez que se anuncia un cambio en una política pública, cualquiera que sea, primero la adversamos y luego vamos a enterarnos de qué se trata. Parece un sello idiosincrático.
Por eso no ha sido sorpresiva la reacción inicial ante el anuncio del Consejo Superior de Educación -órgano máximo de decisión de las políticas educativas del país- de eliminar las pruebas de bachillerato.
Aunque ya habían cumplido tres décadas y su valor formativo había sido discutido durante años, para algunos debían haber estado escritas en piedra. Y por tanto, permanecido. Pero la decisión -que obviamente hasta los poderosos sindicatos magisteriales amenazan con impugnar (boicotear?) se adoptó y con ello se decide migrar hacia las nuevas pruebas de Fortalecimiento de Aprendizajes para la Renovación de Oportunidades, FARO.
Y como toda moneda tiene dos caras, el nuevo sistema de diagnóstico no será sólo para los alumnos, sino que aspira a medir también el desempeño de los educadores; un asunto de primerísimo orden que -sabemos bien- urge para decidir cómo vamos a mejorar la cuestionada calidad de los docentes. Docentes que mayormente fueron formados con herramientas del siglo pasado para formar niños y adolescentes de la era digital.
Con el Ministro de Educación Pública Edgar Mora Altamirano conversamos acerca de la eliminación del bachillerato y la aspiración de los cambios que se pretenden llevar adelante.