Es quizás el área más crítica de nuestra sociedad, determinante del desarrollo económico, pero también clave en nuestro progreso cultural, convivencia y sentido de colectividad a largo plazo.
Claro que hablamos de la educación pública, ese sector del que nos ufanamos tanto en el pasado en Costa Rica, como nos preocupamos hoy por las tareas pendientes y por el serio e irrefutable deterioro de los últimos años; al margen de discusiones de tipo ideológico que suelen repercutir más en las primeras planas y en mensajes virales de redes sociales.
Y junto con el declive, hay que resaltar la situación compleja que enfrentan nuestros niños y adolescentes por sus dinámicas sociales, por la economía familiar y por los efectos de la pandemia en el uso y acceso de las tecnologías, además de las limitadas capacidades presupuestarias del Estado, sin obviar la calidad del cuerpo docente que también enfrenta sus desafíos. Ahora, además, sin recursos para evaluar el tamaño y el tipo de problemas que se evidencian en las mediciones locales e internacionales. "Es como un barco que navega sin rumbo, sin brújula", decía días atrás a los diputados la coordinadora del Estado de la Educación, Isabel Román. En pocas palabras, tenemos un problemón profundo, complejo y urgente.
Al mando del timón de ese barco está la ministra Anna Katharina Müller, que como el resto de la administración Chaves Robles, se apresta a cumplir los primeros 100 días en el poder y ya puede hablar sobre base cierta del navío educativo en que viajamos todos -no solo estudiantes- y de las aguas agitadas que transita.