Si asimiláramos al partido Liberación Nacional con un navío, sería ¿un barco a la deriva? ¿Un barco encallado? ¿Acaso sería un barco sin timonel? O más bien ¿un barco que perdió la capitanía y en el que mientras los oficiales de primer y segundo rango se pelean las cuotas de mando, los subalternos aprovecharon para irse de juerga?
¿Qué diablos le sucede al partido político más determinante de la segunda mitad del siglo pasado, el partido de la Segunda República? ¿Está Liberación Nacional ya indefectiblemente condenado a la mediocridad por su incapacidad de darle misión y visión a su organización y al país? ¿Es posible que de algún modo los viejos y caducos líderes anquilosados se retiren y permitan limpiar la cubierta, rectificar los motores y darle rumbo a la nave? ¿O será que definitivamente los subalternos se terminarán de apropiar de la embarcación?
Una propuesta diputadil tan descabellada y grosera como la de pretender rebajar a 20 % el mínimo establecido del 40 % de los votos válidamente emitidos para ganar una elección presidencial en primera ronda, no es sino una consecuencia de la profunda crisis de pensamiento y visión nacional que confirma que alguien como la expresidenta Laura Chinchilla, haya decidido dar un golpe sobre la mesa, urgiendo detener el inminente naufragio.
Esto no es un melodrama. Las respuestas dadas por los viejos líderes a su separación temporal -léase Jose María Figueres, Antonio Álvarez Desanti y Gustavo Viales- no hacen sino constatar que, en efecto, los segundos y terceros oficiales a bordo siguen enfrascados en la propiedad de los camarotes de su venida a menos primera clase, justo cuando el agua empieza a entrar por las deterioradas estructuras.
¿Cómo salvar a Liberación Nacional? Peor aún, ¿es posible salvar a Liberación Nacional? ¿Tiene sentido hacerlo cuando la agrupación parece que seguirá capturada? ¿Por qué es tan importante para la democracia costarricense recuperar sus partidos políticos?
Decenas de preguntas. Intentamos algunas respuestas con dos politólogos que conocen perfectamente las tiendas liberacionistas, Roberto Gallardo y Federico Ruiz.