En su día (2016-2020) Donald Trump se fijó una hoja de ruta que hoy muestra sus efectos en la democracia estadounidense. Alteró -con el apoyo decidido de su partido, por supuesto- la composición de la Suprema Corte nombrando jueces ultraconservadores. Eso es allá en la nación del norte y algunos pensarán que no tiene nada que ver con nuestros problemas. Pero el desbalance de poderes en las democracias siempre es un asunto sensible que debemos observar. No sea que un día, sin percatarnos, perdamos conquistas fundamentales sin siquiera darnos cuenta.
En las últimas semanas, las decisiones de la Corte, desde la abolición de restricciones a la portación de armas en sitios públicos en Nueva York, hasta la supresión del derecho a decidir (aborto) como prerrogativa constitucional, el restablecimiento de normas para favorecer a los conservadores religiosos en Washington y hasta la supresión de potestades a la Agencia de Protección Ambiental para limitar la emisión de gases de efecto invernadero, todo eso ha alterado la convivencia en el país, tanto que algunos se atreven a asimilarlo con decisiones encadenadas tan destructivas como la guerra civil.
El punto es ¿qué sucede cuando priva un poder por encima de los otros y se pierde el necesario y delicado balance que armoniza la vida en común en el estado de derecho?
El activismo de los jueces como decisores políticos siempre es un tema polémico. ¿Cuánto peso le corresponde al Legislativo, cuánto al Ejecutivo y cuánto al Judicial? ¿Cómo se preserva al poder Electoral? En fin, ¿cómo se garantiza la independencia de cada uno y el contrapeso para tomar las mejores decisiones en aras del bienestar colectivo, entendiendo las complejidades de respetar la diversidad como eje central de la civilización humana?
Conversamos sobre balance de poderes y activismo judicial con Marco Feoli y Mario Matarrita, profesores de la maestría de Justicia Constitucional de la Universidad de Costa Rica.