Contra las cuerdas. Como fue usual, cuatro años. Con minoría legislativa y el muy limitado poder que se le concede al Ejecutivo en nuestro sistema.
A 48 horas de concluir el mandato constitucional, el presidente Carlos Alvarado corre (así lo admitió) para vetar la Ley de Información Pública que por unanimidad los ahora exdiputados votaron terminando funciones. Fueron decenas de proyectos que se aprobaron como en maquila y ahí pasó entre aquel cúmulo, información pública, ahora rebautizada como ley mordaza y para no “jugarse el chance” de que no la vete el mandatario Chaves Robles que asume el domingo, la presión sobre Alvarado fue fuertísima y surtió efecto.
En el continuum de asuntos de la gobernanza y las decisiones de política pública, la Administración Alvarado Quesada no le trasladará entonces esa brasa a su sucesor. Le dejará sí la compleja definición de la continuidad o no del servicio de la revisión técnica vehicular que vence a mediados de julio. También, la búsqueda de un paliativo para el golpazo que está ocasionando en las últimas semanas la guerra contra Ucrania sobre el precio de los combustibles, la vulneración por el ataque informático que empezó el 18 de abril, el acatamiento del fallo de la Organización Mundial de Comercio sobre el indigesto e ideológico asunto del aguacate, y en el orden estructural, la crisis de nuestra muy venida a menos educación pública. Esos algunos de los pendientes.
En la contracara de los logros, el mandatario insiste haber rehuido cualquier tentación populista para así poder dejar la casa en orden. Haber sido tercamente congruente para no caer en el precipicio del default al que nos asomamos con vértigo en 2018, con la ley de fortalecimiento de las finanzas públicas, que incluyó la aplicación de la (odiosa) regla fiscal y la ley de empleo público, en el contexto de unas huelgas que no olvidaremos en el 18 y el 19 y, como si fuera poco, en el 2020 con unos bloqueos y una virulencia que no veíamos en décadas con infiltraciones -asegura don Carlos- incluso de delincuencia organizada y con el avieso propósito de hacer tambalear nuestra institucionalidad.
Todo ese vendaval de conflictividad social era ya de por sí suficiente para marcar una gestión. Pero como el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, la UPAD fue una lápida que cayó sobre la administración despuntando el 2020. Y luego llegó la pandemia. Y ahí, no hay mayor discusión, nos conducimos mucho muy bien frente a la madre de todas las crisis, la sanitaria.
Carlos Alvarado fue el vigía en la tormenta y nos llevó a buen puerto. Supeditó las decisiones políticas al criterio técnico y científico de epidemiólogos, planificadores, estadísticos, equipos médicos. Articuló los equilibrios con los grupos empresariales que soportaban el embate del shock del cierre de fronteras y la caída brutal del turismo. Sacó adelante las ayudas sociales de Proteger para las que faltaron, claro que sí más recursos, pero que al menos procuraron auxilio para los más necesitados en los días más terribles del impacto del covid. Hasta que llegaron poco a poco las vacunas gracias a negociaciones certeras y oportunas con las farmacéuticas adecuadas. Y probamos nuestro éxito en la inmunización nacional. Esos algunos de los logros.
De sus experiencias, de sus satisfacciones y sinsabores, conversamos con don Carlos Alvarado Quesada, que el domingo dejará el cargo sin pensión de expresidente por su propia decisión.