El 13 de marzo de 1963, a las 2:50 de la madrugada, el Volcán Irazú cambió las señales de gasificación de los días previos, por una potente emisión de materiales piroclásticos con fuertes erupciones y sismicidad.
Casi en paralelo con el inicio de aquella conmoción que cambiaría el paisaje de la pequeña gran área metropolitana, cinco días después, el 18 de marzo llegaba a Costa Rica el presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, para una visita oficial en la que se congregaban los mandatarios de todo el Istmo.
Para ese momento, Cynthia Ann Telles tenía 10 años y su padre, Raymond Telles, era el embajador estadounidense que había hecho posible aquel gran acontecimiento político diplomático.
Exactamente 59 años después de aquel buen suceso, el 11 de marzo pasado, Cynthia Ann Telles presentaba ante el presidente Carlos Alvarado las cartas credenciales que la acreditaban como la nueva Embajadora de los Estados Unidos en el mismo país en el que vivió desde los 8 hasta los 15 años.
No fue exactamente un giro del destino. Acaso una “causalidad” en la que se concatenaron varios factores de la vida de esta embajadora norteamericana con acento tan tico que arrastra las “erres” al hablar como cualquiera de nosotros y que tiene profundos lazos con su antiguo barrio en Escazú, con el Paseo de los Turistas en Puntarenas y con un Limón al que también añora volver, aunque ya no pueda hacerlo como lo hizo cuando era niña, en el tren que por décadas llevó a los viajantes desde la estación del Atlántico hasta el puerto marítimo de la ciudad caribeña.
La Embajadora Telles, doctorada en psicología clínica y dedicada con pasión de vida a las luchas por la reivindicación de las condiciones de los migrantes latinoamericanos en California -donde ha vivido los últimos 50 años- hizo una pausa en esa tarea, para regresar a Costa Rica y aportar al fortalecimiento de los estrechos lazos entre los dos países que, bien podría decirse, son sus países.