Parece correcto decir que en este proceso electoral no sabemos bien qué estamos eligiendo en Costa Rica. Discutimos mucho sobre a quiénes (su pasado largo o corto y sus cuestionamientos en pretérito o en presente), pero desconocemos los "qué" y sobre todo los "cómo" en esta campaña borrosa que no ha llegado a tener temas centrales y casi ni secundarios.
Tal vez entonces el verbo correcto no sea "elegir" sino "descartar" o "castigar" o "socorrer", como lo hicimos en otros momentos y como muchos decidieron su voto el 6 de febrero, tras el golpe económico y social que todavía padecemos detonado por la pandemia. Y como si faltaran elementos de incertidumbre, vivimos en tiempo real una guerra que se libra a 11.000 kilómetros de distancia con severas alteraciones a las dinámicas internacionales que , por supuesto, nos golpean y nos golpearán aún más fuertemente.
Otras noticias positivas indican que Costa Rica mantiene una reserva de solidez institucional democrática suficiente para atender esos y otros problemas, aunque hay sectores que no lo perciben así y restan importancia a eso que nos envidian desde fuera. Lo cierto es que hay una tendencia internacional de emergencia de populismo y autoritarismo creciente ante la cual tampoco tenemos vacuna.
Es un cóctel complejo y potencialmente peligroso para este país cambiado que a veces nos cuesta reconocer. Conviene mirar los factores y las salidas a tres semanas de la segunda ronda y a dos meses de que finalice el gobierno de Carlos Alvarado, con el ojo analítico de Jorge Vargas Cullel, director del Programa Estado de la Nación, que casi todo lo ha venido advirtiendo.