“La población joven se enfrenta a una suerte de carrera de obstáculos, donde una vez vencida la primera barrera, se encuentra una nueva y así consecutivamente”. En esta competencia algunas de las vallas más difíciles de superar son la territorial y la de género, pero hay otras también complejas como la situación socioeconómica de salida y, por supuesto, la misma edad.
Transitando la pista de sobrevivencia, es fácilmente entendible que los jóvenes (una población por demás heterogénea, que va desde los 18 a los 35 años) no tengan tiempo para distracciones y mucho menos para aquellas que no les representan ningún reto o desafío.
En términos generales, si de incidir en la vida política se trata, a ellos les atraen el activismo ecológico, los movimientos feministas contemporáneos y otros no tradicionales que impliquen acciones colectivas y nuevos movimientos sociales.
Y si ese es el panorama rápidamente esbozado, no resulta para nada sorpresivo llegar a la conclusión de que los jóvenes no tienen ningún compromiso con la política tradicional. Lo que si tienen, por el contrario, es mucha desconfianza en las instituciones y una ruptura con los mecanismos de representación. Todo ello se traduce en antipatía hacia los partidos políticos y por la participación política, excepto si se trata de estrenar la cédula en las urnas. Es decir, del primer voto.
Todas estas consideraciones emanan del “Estudio de cultura política de las personas jóvenes frente al proceso electoral costarricense, 2022”. Se trata de uno de varios valiosos insumos que está presentando en estos días el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, con varias contrapartes nacionales. En esta oportunidad, con el capítulo costarricense de la Facultad Costarricense de Ciencias Sociales, FLACSO, con cuya directora Ilka Treminio conversamos este viernes en compañía de Randall Brenes del PNUD.