En otros tiempos no tan lejanos la gente iba al mercado de la política y pasaba frente a las tiendas políticas, miraba, regateaba y consumía o no, pero más o menos se sabía quién era quién. Lo que pasara después con el “producto adquirido” era otro tema, pero la oferta-demanda se comportaba como tal.
Ahora los partidos parecen ir recorriendo los pasillos en medio de las tiendas de electores para intentar complacerlos con un menú a la carta. Exigentes, desganados o enfadados, desconfiados, variados y confundidos, resultan ser un acertijo para los candidatos y sus estrategas. De ahí las posiciones reactivas y las propuestas pirotécnicas, a ver qué pega.
No extraña tanta indecisión dos meses antes de las elecciones, más aún con las complejidades pandémicas y el cierre de un gobierno debilísimo con prioridades muy críticas, FMI incluido. Antes de que se ponga pausa a la campaña, analizamos el curso de la competencia y lo que falta, que es mucho, con el politólogo Gustavo Araya.