La noticia política del día recoge que el presidente Carlos Alvarado dice que el partido más fuerte de la Asamblea Legislativa no tiene vocación de gobernar, muy consciente de que está por comenzar la campaña electoral y de que los proyectos que flotan en el Congreso son fundamentales para el cierre de este gobierno y el inicio del siguiente, el que se supone pretenden asumir los verdiblancos.
Las reacciones de enojo no tardaron en brotar, otras fracciones tampoco se sienten ajenas y el resultado ya lo veremos, pero no es difícil preverlo. El bien común y el interés público, donde sea que estos radiquen, difícilmente trasciendan al pulso político y parecen comprometidos proyectos en los que varias partes dicen estar de acuerdo, en principio. Otros sectores miran y miden acciones.
Este episodio, sin embargo, es solo un ejemplo más de esa dificultad de acuerdos políticos que se han ido normalizando y sobre los que hemos acercado reflexiones con motivo del Bicentenario de la Independencia.
Esos acuerdos nunca han sido fáciles; en otros momentos de nuestra historia ha corrido sangre y grupos de ciudadanos han tenido que exiliarse en otros países, recordemos. Ahora esas expresiones nos son ajenas, aunque sus efectos nos lleguen cada día desde nuestros vecinos centroamericanos. Nuestro sistema democrático aún luce fuerte incluso para los tiempos de creciente fragmentación partidaria, pero es innegable que hacen más y más compleja la tarea de gobernar o, dicho de manera práctica, de construir soluciones a los problemas múltiples de la población.
La expresidenta Laura Chinchilla lo vivió y ahora puede comentarlo desde su experiencia y desde la observación de lo que ocurre en países de la región. Aprovechamos entonces sus criterios y cerramos con ella la semana dedicada a mirar el Bicentenario desde distintos ángulos. El de los acuerdos políticos no nos puede quedar fuera.