Dícese de nosotros los costarricenses que como somos “chiquiticos”, “pequeñiticos”, nos cuesta un tanto dimensionar (y dimensionarnos en) el entorno de la aldea global que habitamos. Eso no es nada extraño. Se nos arquean las cejas cuando realizamos que nuestra población entera es apenas un poquito más de la mitad de la que habita la Ciudad de México (9 millones) o que todo Costa Rica cabe en Santiago de Chile (6 millones) o en Bogotá (7 millones) y que el territorio completo, esos 51.100 km² que tenemos, representan solo un pequeño municipio en los 8.516 millones de km² de un gigante como Brasil.
Claro que esto es solo un detalle y podría ser incluso insignificante porque es de Perogrullo que hay muchas más naciones más grandes y pobladas que nosotros, así como también hay algunas cuantas más pequeñas y menos pobladas. El caso es que hay muchas aristas desde las cuales podemos observarnos. Y una de ellas es desde el lugar que una nación minúscula como la nuestra ocupa en el concierto de las naciones.
Después de todo no es poca cosa ser una república desmilitarizada desde hace más de 70 años, tener una expectativa y calidad de vida que ocupa página principal un día cualquiera en una publicación reconocida del mundo desarrollado, contar con una democracia aún más que funcional cuando muchas democracias se tambalean, y sabernos capaces de constituirnos en referente del orbe para las tareas de defensa, protección y promoción de los Derechos Humanos, aunque tengamos claro hoy que para seguir siendo pequeño faro y referente debemos esmerarnos más. Exigirnos más.
En nuestras reflexiones de estos días conversamos con el analista internacional y experto en políticas públicas Carlos Murillo Zamora.