En una conversación casual, una amiga me dijo que tenía dudas sobre el tren eléctrico metropolitano. Me aclaró que cree firmemente en la pertinencia de la “obra” pero como ahora está de por medio del caso cochinilla, mejor dudar y dejar el proyecto al próximo gobierno. Le contesté que es sano tener dudas razonables y establecer condiciones precisas y transparentes para el diseño de una licitación pública internacional como la que se requerirá en un proyecto de tal envergadura, pero que ojalá pudiera avanzarse más antes de entrar en el interregno de la primera ronda, la probable segunda y el traspaso de poderes. Pero insistió en que -a priori- algo puede (y debe) oler mal en Dinamarca. Mejor no.
El punto al que voy es al siguiente: cuando lo dije que no se valía revolver todo en la misma olla, me contestó categórica algo que me cayó como una lápida sobre la cabeza: “sí, para mí todo está revuelto en la misma olla”.
Y sí, es cierto. Nos gusté o no todo está revuelto en la inmensa olla de los malestares de la ciudadanía indignada que no separa las responsabilidades de los poderes, ni de las instituciones, ni siquiera de los funcionarios públicos; de modo tal que todo es lo mismo.
No importa que se trate del asqueante caso de corrupción de dos décadas con proyectos de infraestructura vial del estado, el mal informe con que salió en carrera de su puesto la hoy ex fiscal general Emilia Navas, o los diputados hacedores de mandados de operadores del narco, o la diputada que dice que “no me acuerdo”, o el nombramiento de don Ottón Solís en la OCDE o la paralización del tránsito en una carretera nacional por una protesta difusa o el solo anuncio de un paso adelante en la construcción a futuro de un tren eléctrico para mejorarnos la calidad de vida a 2.7 millones de habitantes… Todo huele mal en Dinamarca.
Cuando los que fallamos somos los seres humanos, cuando personas al margen de la ley (y ni qué decir de la ética) tienen la habilidad de saltarse las múltiples barreras de controles y auditorías ex ante o a posteriori, la que paga los platos rotos es siempre, siempre, la democracia.
¿Cómo hacer para enderezar los parámetros del desempeño al mejor estilo escandinavo y no seguir hundiendo a nuestra bicentenaria democracia en el foso del descrédito? ¿Cómo hacer de la rendición de cuentas y la lucha contra la impunidad un arma doblemente afilada en nuestro sistema, para no seguir abonando la desconfianza y el cinismo? Hablamos de ética en la función pública con Evelyn Villarreal coordinadora del Informe Estado de la Justicia, del Estado de la Nación.