El desenlace de las elecciones peruanas ha sido tan complicado como cabía esperar. Las horas posteriores al cierre de las urnas el domingo han resultado tan largas como angustiosas.
El lunes a media tarde, el maestro marxista leninista con cuestionados vínculos con fuerzas irregulares Pedro Castillo, se adelantaba por poco más de 50 mil votos a Keiko Fijimori la heredera derechista de la estela de crímenes y corrupción de su padre en los años 90. Una decisión que nadie querría tener que dilucidar, pero que los pragmáticos del mundo han dirimido a favor de la aspirante peruana de 46 años, como el mal menor.
Perú, una sociedad en extremo fragmentada, harta de la corrupción, hincada por la pandemia (con la mayor letalidad mundial) y dispuesta a cualquier salto al vacío, se encuentra en el vórtice de la polarización total, contando aún voto a voto la expresión de la jornada dominical.
Con cuatro presidentes en cuatro años, cinco mandatarios en la cárcel o perseguidos, Perú es una tragedia política con una crisis de representación en curso. Y lo seguirá siendo, luego de que asuma la presidencia quien resulte electo/a después de este conteo de infarto.
Visto lo visto, nuestra primera y muy nutrida convención partidaria de primarias del domingo pasado, luce como lo que fue: un ejercicio privilegiado de una democracia que tiene muchos desafíos, pero en la que se enarbolan las banderas del reconocimiento del adversario, la libertad y el respeto absoluto a las reglas básicas de la convivencia en un Estado de Derecho. De estos temas conversamos con el politólogo Sergio Araya.