A menudo se nos olvida que el narcotráfico no respeta burbujas, que se nutre de las condiciones sociales y económicas del país o de las facilidades que va descubriendo en las estructuras de la ley y el poder político.
Los casos de “Pancho Villa” y “Turesky” revelados recientemente, como presuntos criminales del narcotráfico, nos traen ese agrio recordatorio, cada uno con elementos propios y motivos para preocuparnos, pero ambos con repercusiones en nuestra Asamblea Legislativa.
La historia del narcotráfico entronizado en una sociedad la hemos visto en otros países y Costa Rica no es inmune. Su ubicación geográfica es -entre otras- una condición de riesgo. Las instituciones hasta ahora han funcionado como un valladar, pero nada está blindado y lo peor que podemos hacer es mirar en otra dirección. En algún momento podría ser muy tarde.
Porque el crimen organizado no para.
Antes éramos solo una ruta de paso, luego fuimos una estación de peaje, después una bodega y después un mercado de consumo, para pasar a ahora a constituirnos en punto logístico y centro de distribución con minicarteles intermediarios al servicio de los poderosos de Colombia y México.
Ahora vimos que había una banda fuerte que importaba directamente la cocaína colombiana y la enviaba a Europa, de donde llegaban cajones con dinero que se intentaba legitimar en propiedades de lujo, sí, pero también en el negocio de construcción y en el cultivo del arroz, según el OIJ. Todo con equipos de abogados, de testaferros y de policías oficiales, más acercamientos con fuentes de poder político.
Conocemos esto porque las autoridades capturaron a ambos grupos o a parte de ellos, pero es lógico pensar que son solo una muestra. Nos falta conocer más con expertos como Osvaldo Henderson, exfiscal adjunto de Crimen Organizado y consultor internacional en asuntos de tráfico de drogas. En seguimiento al programa anterior.