Esta semana cumplimos un año desde que se confirmó el primer caso de Covid-19 en Costa Rica y el primero en Centroamérica. Parece poco tiempo para tanto que ha pasado y mucho tiempo si lo miramos desde el deseo de pasarlo pronto, pero en la realidad es una crisis aún en desarrollo.
Hay más de 205.000 casos acumulados, 2.820 muertes, durísimos efectos económicos que se han repartido tan desigualmente como desigual era ya el terreno y trastornos directos en nuestro día a día. Hay, sin embargo, daños evitados por condiciones que el país había procurado en el pasado o por algunas buenas decisiones a lo largo de la emergencia.
Costa Rica está lejos de ser el país que más vidas ha pagado por el virus (México, Argentina, Perú...) o el que más ha visto hundirse su economía por la pandemia (Panamá sufrió una caída del 18% de su PIB en 2020 frente al del 2019). Eso no da para alegrarse, claro, porque son vecinos nuestros y porque aquí la mayoría de la población vive en condiciones peores que hace un año, y no solo por lo económico.
Hemos aprendido mucho también. "Aprendimos que aunque las amenazas sean las mismas, los contextos nacionales importan mucho en los resultados; que el virus es el mismo, pero los países no", según escribió en su blog el investigador Jaime García, del Centro Latinoamericano para la Competitividad y el Desarrollo Sostenible, del INCAE. Por ejemplo, sabemos ahora que aunque América Latina solo cuenta con el 8% de la población mundial, registra el 26% de los fallecimientos por COVID-19.
Con una mirada amplia, profunda y trasnacional, el investigador García ha ido tomando el pulso al impacto sobre el desarrollo de la región y nos comparte sus conclusiones en nuestro Hablando Claro.