Miles de seres humanos en pobreza, sin trabajo, ni posibilidad de conseguirlo dejan Honduras para enfrentar las inclemencias del tiempo, de la pandemia por coronavirus y de los cuerpos militarizados que los esperan en tres países para devolverlos. No importa que tan adverso sea el pronóstico de lograr su propósito, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, y no pocos de ellos con sus niños a la espalda, caminan para encontrarse con cualquier destino. Cualquiera que no sea la estación del hambre y la inseguridad permanente que ya conocen.
Por la corrupción rampante de un estado fallido. Por las cada vez más limitadas posibilidades de trabajo obrero y finalmente, por los azotes que provocaron los huracanes Iota y Eta, que se estima dejó un millón de hondureños en la miseria de un día para otro.
Ahora caminan viendo delante el espejismo de que la nueva administración estadounidense que empieza el miércoles los dejará pasar. Sin servicios básicos, con pedazos de zapatos, con unas cuantas calorías de comida al día.
Las escenas son dramáticas. La policía migratoria de la frontera estadounidense ni siquiera tiene que esperar ya las caravanas de migrantes.
El gobierno de ese país logró convencer a México de trocar en seco la política de brazos abiertos de Andrés Manuel López Obrador de dos años atrás, por la militarización fronteriza para repelerlos, so pena de castigos arancelarios. Y a su vez, Guatemala hace lo propio y el domingo dio una muestra de su capacidad represiva. La gran paradoja es que ahora Guatemala -como Trump- alude que se trata de criminales. Es decir, criminaliza la migración hondureña, como si no tuviera un largo historial de expulsión de sus propios conciudadanos también hacia Estados Unidos.
¿Cómo la migración dejó de ser un asunto de movilización individual al amparo de la noche, para convertirse en un fenómeno colectivo a plena luz del día?
En Hablando Claro, conversamos sobre esta cara dolorosa de la pauperización en Centro América. Sobre esta herida abierta del fracaso de la democratización del istmo, que superó la guerra convencional, pero nunca encontró las oportunidades del desarrollo para su gente. El análisis lo hacemos con el investigador Carlos Sandoval García y con Lidia Mara Silva, misionera por 12 años en Honduras y actualmente directora de la Misión con Migrantes y Refugiados en Ciudad de México.