Ha sido un fin de semana triste. No porque un crimen machista sea algo nuevo en la sociedad o porque un caso particular, como el de la joven cartaginesa Allison Bonilla, sea una gota que haga desbordarse el vaso. La tristeza -o la rabia o la impotencia- obedecen a que este nuevo crimen vuelve a hacer que nos reviente en la cara esa realidad de vulnerabilidad de las mujeres que viene de muchos años atrás y que atraviesa fronteras, gobiernos, generaciones o pandemias.
En medio de la desazón que provoca conocer la confesión del sospechoso del supuesto asesinato de la joven, y la búsqueda aún infructuosa de la muchacha desaparecida desde el 4 de marzo, vimos en fotografías el rostro lleno de coraje de su madre. La vimos encarando al supuesto homicida y como sociedad nuestra reacción debería ser de solidaridad, sí, pero también de promesa de cambio.
Ahí es el punto: ¿qué hacemos con esta tristeza o esta rabia? ¿Dónde podemos enderezar el camino torcido sin tener que esperar las décadas que tardaría un cambio cultural (en caso de que lo estemos procurando)? ¿Cuántas manifestaciones de repudio más se requieren para que no haya otros casos como el de Allison, el de Luany Valeria Salazar o el de la doctora María Luisa Cedeño, asesinada en Quepos?
Es inevitable aproximarnos a estas interrogantes y para ello contamos con la abogada Alejandra Mora, expresidenta del Instituto Nacional de las Mujeres (Inamu) y actualmente Secretaria Ejecutiva de la Comisión Interamericana de Mujeres de la OEA.