Hoy por hoy en el mundo hay 165 vacunas candidatas contra el SARS CoV-2. Moderna, Pfizer, Astra Zeneca, Sinovac, son algunas de las farmacéuticas que llevan la delantera para concluir con éxito los estudios clínicos de fase 3 que permitirán, más temprano que tarde, culminar el proceso que conducirá a la producción de miles de millones de vacunas con las que se podrá marcar –esperamos todos- el antes y el después de la pandemia de nuestro tiempo.
En tres de estas cuatro abanderadas industrias, Estados Unidos ha apostado más de cuatro mil millones de dólares para asegurarse que sus 300 millones de ciudadanos tendrán inoculación primero. Y según dijo Donald Trump –opinión que podría ser distinta otro día- después de llenar sus necesidades, podría mirar hacia América Latina.
Pero más allá, de un guiño benevolente, ¿cuáles son en realidad las posibilidades que países pequeños de renta media, en vías de desarrollo o expresamente los más pobres del planeta, tengan el próximo año acceso a las preciadas vacunas?
Y antes que eso, ¿cómo será la producción masiva en el universo? ¿Existirán códigos de conducta para frenar la ambición en plena pandemia, o será solo cuestión de plata?
Y una vez que un país como el nuestro acceda a la anhelada vacuna, ¿cómo debería ser el protocolo de aplicación? Es decir, ¿quiénes irán primero y quiénes de últimos?
Junto con estas interrogantes, ¿será cierto que preparaciones naturales o inhibidores alternativos podrían funcionar como vacunas, pero se desdeñan en favor de las industrias, como argumentan algunos naturólogos? Eterno debate que vuelve a estar en la palestra.
Una conversación que no quisiéramos que se perdiera, con el médico antropólogo costarricense Jorge Benavides Rawson de George Washington University, quien formula su tesis como PhD sobre la interacción entre la comunidad científica, los políticos y los medios de comunicación en pandemias.