“La casa no se va a incendiar; la casa se incendió”. Esta es la forma en que el expresidente Miguel Ángel Rodríguez explica la magnitud de la conflagración que está afectándonos. Tan claro como cuando la semana pasada la contralora general de la república dijo, ¿saben qué? “el lobo ya llegó”.
Hay verdades que no nos gustan. Mejor sería que don Miguel Ángel, la contralora o el presidente de la república no apuntaran en el sentido de la fatalidad que tenemos encima. Después de todo ¿no hemos estado otras veces al borde del abismo y nos hemos salvado gracias a La Negrita y nuestra buena ventura?
Pero no. Ahora no hay quite. Toca abrocharse el cinturón y cruzar la avalancha, pues causa horror solo pensar -como asegura el presidente del Banco Central- que si no nos ponemos serios y acordamos internamente una vía realista y rápida de negociación, podríamos estar reeditando el camino de la crisis que a inicios de los 80 nos costó tan caro que aún estamos pagando las consecuencias.
Lo cierto –dice el exmandatario economista- es que cuando la casa se quema, lo primero que hay que hacer es sacar a las personas vulnerables para que no sean presa de las llamas. Luego si hay tiempo, entrar a recuperar todo lo de valor material que podamos.
¿Seremos capaces de hacerlo? ¿qué será de nosotros si seguimos enfrascados en infinidad pujas intestinas? ¿nos servirá de algo seguir señalando culpables en vez de empezar a buscar soluciones, por duras que sean? El expresidente Miguel Ángel Rodríguez nos dibuja el panorama económico de un país dividido y fragmentado, que urge un acuerdo nacional para salvar la hora de la conflagración.