El viernes pasado, menos de un mes después del cobarde asesinato de George Floyd en Minneapolis, Rayshard Brooks un joven padre de familia de 27 años, fue ultimado en Atlanta. Floyd porque había pagado en una tienda con un billete de $20 supuestamente falso. Brooks porque ingirió más licor de la cuenta y se quedó dormido en su automóvil.
La brutalidad policial en los Estados Unidos, no es la causa de éstos y muchos otros casos documentados de criminalización por el color de la piel. No. La violencia policíaca no es la causa, sino la consecuencia de un sistema más grande y brutal de control social que es el encarcelamiento masivo, que legitima esa violencia policial.
Estados Unidos abolió la esclavitud en 1865. Y ciertamente, la XIII Enmienda estableció la inconstitucionalidad de la esclavitud y la libertad para todos. Para todos, excepto para los criminales. Y así nació la política de criminalización de los libertos, y de ahí el alquiler de los convictos, y de ahí la política de la segregación y luego la política de criminalización de los negros. De los negros pobres.
En Estados Unidos, la nación con el índice de encarcelamiento más grande del mundo, un afroamericano tiene una posibilidad en tres de llegar a una cárcel. Mientras que si es blanco, la eventualidad de terminar en prisión es de una entre 17. De hecho, los afroamericanos constituyen más del 40% de la población penal en ese país.
La llegada al poder de Barack Obama pareció constituirse en una nueva era para la convivencia social y para consolidar la observancia del principio básico de que “las vidas negras importan”. Pero pronto esas esperanzas se disiparían. El poder blanco lucha por la supremacía. Y sigue criminalizando el color de la piel.
En Hablando Claro conversamos sobre este candente tema de la agenda global de los Derechos Humanos en plena pandemia con el especialista en Relaciones Internacionales, Carlos Cascante.