Fotografía: La Prensa / O. Navarrete
Ayer y hoy la estrategia de los gobernantes nicaragüenses siempre ha sido crear problemas con Costa Rica para intentar desviar la atención de los inmensos zarpazos, desvaríos, corruptelas y sinsentidos contra su sufrido pueblo. Ahora no es muy distinto. Fronteras comerciales cerradas sin justificación razonable y ataques a la prensa nuestra porque la información que se emite desde Costa Rica no la puede bloquear el régimen Ortega Murillo como boquean las carreteras limítrofes.
El asunto es que antes, sí, había hambre y falta de oportunidades, pero ahora, además hay una pandemia. Y hay realidades que no se pueden ocultar. Muertos que se apilan en hospitales, tumbas comunitarias y entierros en las sombras de la noche, en medio de cifras sin credibilidad alguna.
Lo que sí es muy cierto es el reporte 126 de la Organización Mundial de la Salud que dio cuenta este lunes que Nicaragua entró en fase pandémica 4; la que establece transmisión comunitaria con gran dificultad de dar seguimiento a los contactos y controlar los brotes; aunque los brotes en ese país nunca quisieron ser controlados y por eso desde la oposición se denuncia ya una verdadera política criminal. Delitos de lesa humanidad.
Precisamente por ello, en un intento por contener la matanza, la Organización Panamericana de la Salud urgió a los gobernantes vecinos a adoptar cuanto antes las medidas recomendadas para frenar la propagación del Covid 19, le exigió además transparencia en los datos y le reiteró la disposición de enviar expertos internacionales para evaluar la evolución de la pandemia en la propia tierra de Darío.
Lo cierto, como dice la catedrática costarricense Velia Govaere es que “nada nicaragüense no es ajeno”. Y aunque por supuesto lo que allá sucede aquí nos afecta, nos recuerda con dolor que “más que nosotros, es el torturado pueblo de Nicaragua la víctima más atormentada de su infortunio político”.
El periodista Eduardo Ulibarri lo plantea magistralmente cuando elabora una categoría de ciencia política para describir a Nicaragua como una “dictadura sin estado”, donde lo que queda de sus desarticulados engranajes institucionales ya no es un “sistema” sino “una inestable red de relaciones, lealtades, controles prebendas, castigos y favores…un tinglado eficaz para acallar, doblegar, reprimir, encarcelar o matar, pero no para ejercer con mediana eficacia las funciones típicas del Estado…” Nicaragua duele. Y en Hablando Claro lo conversamos con el periodista y exembajador ante Naciones Unidas Eduardo Ulibarri.