Todo anuncio gubernamental que intente estimular el andamiaje de la productividad parece naufragar en instantes en el inmenso océano del escepticismo. Esto es así, siempre en Costa Rica. Con o sin pandemia.
Los del fin de semana para proveer capital de trabajo e inversión, exterminar las perennes trabas burocráticas y sustituirlas por simples declaraciones juradas, todo con el propósito de activar un poco la economía y generar empleo; no fueron la excepción. No tardamos más que minutos en destrozar las propuestas. Porque no eran la reforma estructural del estado, porque no eran las del recorte del gasto público, porque tal vez no funcionen, porque debía haber alguna tasa temporal o porque de seguro no servirán las carteras crediticias blandas de los bancos del estado. Por esto o por lo otro...
En fin, no importa de qué calibre sean los anuncios, el Ejecutivo es presa del tremendo clima de desconfianza y escepticismo: del no servirá porque no es suficiente. Así que a pesar de nuestro incuestionable éxito en el manejo de la pandemia, se apunta a señalar con persistente empeño las (supuestas o reales) vulnerabilidades de la gestión económica, que debe pagar la administración no importa por cuantas décadas las vengamos arrastrando.
Esas profundas debilidades estructurales que desde la óptica foránea nos reiteran una y otra vez que no tenemos solvencia ni credibilidad suficiente y por ello nos degradan la calificación también una y otra vez. Ahora, de acuerdo con Fitch de B+ a B con perspectiva negativa. Intentamos analizar con lente desapasionado y comprensible los anuncios de empuje a la productividad. Con los economistas Fernando Rodríguez y José Luis Arce.