En la historia abundan los ejemplos de ejércitos que han operado como poderes antidemocráticos y abusivos, serviles o apalancados para intereses económicos. Las noticias de semanas recientes nos hablan de una escalada de expresiones militares en los países de América Latina, con hechos que lamentablemente tampoco nos sorprenden.
Aquí nosotros celebramos la carencia de ejército, de ese gasto enorme, de una casta militar y de un poder que suele escapar a la voluntad popular. Son 71 años desde que quedó abolido formalmente un 1º de diciembre, en un contexto ciertamente ayuno de pacifismo, aunque a la larga ha sido una de las decisiones políticas más rentables para nuestro país. Desde fuera no dejan de sorprenderse.
De acuerdo, ha sido muy bueno, pero ¿y qué? ¿Cómo hacemos para dimensionar el valor de una circunstancia con la que ha vivido siempre la gran mayoría de nosotros? ¿Qué utilidad tiene para nuestros apuros nacionales actuales, más allá de nuestra vanidad de país pacífico? ¿Habría sido ventajoso tenerlo por algún motivo? Resulta útil la mirada de quienes sí han convivido con las fuerzas militares y mejor aún si lo pasan por el filtro de la ciencia política. Es el caso de Saúl Buzeta, con quien conversamos en Hablando Claro.