Los linchamientos se han convertido en uno de los signos de nuestros días. Los hay de todo tipo pero sin duda, los más enconados encuentran tierra fértil en la política que parece ser hoy más que nunca un campo minado lleno de explosivos a su paso.
Si fuera por los abanderados del linchamiento a mansalva no quedaría títere con cabeza. Y sin proponérselo (o más bien queriéndolo) tampoco quedarían cimientos democráticos en pie. Y esa es la cuestión. Que por la vía de la estigmatización de la politica y los políticos, estamos disparándonos en los pies.
Hay temas favoritos (y trillados) como los nombramientos en el servicio exterior y en general, los nombramientos en altos y no tan altos cargos de la función pública. No sólo se han convertido en una pesadilla para el gobierno de turno, sino en un perfecto distractor para no hablar de temas sustantivos como la politica exterior misma, la apenas sostenida estabilidad de las finanzas públicas, la pretensión de destruir el régimen obligatorio complementario de pensiones, o la absurda idea de eliminar constitucionalmente el derecho a la ciudadanía costarricenses a los nacidos bajo este cielo.
Todo conforma un coctel de causalidades potencialmente peligrosas, que podría llevarnos a emular las condiciones que están acentuando en otras democracias del planeta un peligroso conservadurismo signado por la división y la polarización. Como está sucediendo en Europa con la emergencia de los ultranacioalismos. Como sucede con el confuso Brexit.
De coyuntura local e internacional conversamos con Eduardo Ulibarri, periodista y ex embajador en Naciones Unidas.