Un aparte dirigido a "indagar si se han creado las condiciones para que el descontento comporte riesgos para la estabilidad democrática".
La inconformidad lleva casi cuatro décadas incubándose en nuestra sociedad. Y hoy, "las personas están claramente insatisfechas con el rumbo del país, las oportunidades para conseguir un buen empleo y la situación general comparada con la época de sus padres", tanto que la incomodidad promedio (en una escala de 0 a 10) es de 7.5; es decir, de mucho descontento. Contrario a lo que muchos podrían creer el enojo no está dirigido fundamentalmente contra el gobierno. El primer malestar es con la situación económica, luego con las instituciones representativas de la democracia (la Asamblea Legislativa y los partidos) y sólo en tercer lugar contra el desempeño gubernamental de turno. Y aunque el tico sigue aferrado hasta hoy a lo que se denominan los mitos fundacionales del sistema, cada vez se observa un mayor grado de vulnerabilidad.
Lo interesante, según el documento, es que aunque parezca paradójico, el descontento ciudadano puede convertirse en una fuerza positiva de transformación.
¿Estamos a tiempo de lograrlo, pese a las condiciones actuales de fragmentación del sistema político y de reclamos y exigencias ciudadanas?
¿Significa eso que en nuestro país no tendrían cabida opciones populistas como las que amenazan hoy a otras democracias del mundo? Un primer acercamiento al Vigésimo Segundo Informe del Estado de la Nación lo hacemos con su Director Jorge Vargas Cullel, en Hablando Claro.
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