En un mundo marcado por la desigualdad, los datos que arroja nuestra situación son aún más desalentadores que los de muchas otras latitudes: solo considerando el grupo de los 38 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), ocupamos el último escalón de la tabla.
Sí, pese a nuestra inversión de décadas en salud, educación y pensiones, somos la nación con más disparidad de ingresos entre los ricos y los pobres.
¿Por qué esto es así? Entre otros factores se nos señalan las condiciones de la estructura salarial (obviamente de quienes logran acceder a un empleo formal) el enorme porcentaje de la gente en la informalidad y las conocidas condiciones de inequidad que sufren las mujeres para ser parte del mercado laboral.
Y si por la víspera se saca el día -como reza el viejo adagio- las perspectivas no son nada buenas porque, solo para citar un aspecto fundamental de resolución, la OCDE nos recomienda mejorar los resultados educativos. Y eso no ve. Por el contrario, en esta administración afrontamos recortes presupuestarios severos en educación lo mismo que en otros rubros de la inversión social neurálgica, amén de carecer de otras políticas públicas también relacionadas con aspectos tributarios.
En pocas palabras tenemos una economía que crece y una sociedad que, en su inmensa mayoría, no recibe los beneficios de ese crecimiento.
¿Cómo entender esto? Lo conversamos con el economista José Luis Arce.
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