Las palabras tienen fuerza liberadora y cuando son el resultado de una creación literaria pulida, honesta y poderosa, nos arrastran con fuerza, nos golpean los sentidos y nos despiertan -acaso- a nuestras propias historias de vida.
De allí lo simbólico que resulta que una carta que cruza el océano y arremete en una casa cartaginesa, en una familia modelada en el patriarcado y con una madre y mujer amarrada a los convencionalismos de entonces, se anime contra todo pronóstico, a abrir espacios de luz que penetran ventanas y vidas.
“Cómo me atrevo. Parir una hija, criarla y amarla para que un día escriba estas brutalidades. Soy muy valiente o cobarde, pregunto”, se lee en uno de tantos avasalladores párrafos de la novela “Una mujer insignificante”. “Me rindo. Acepto que hay algo impúdico e irrespetuoso en contar la vida de quien mantuvo su intimidad bajo llave”, se lee en otro.
Y cuando esa celosa guardiana es la madre, mucho hay que liberar, para entender que esta narración nos sumerge en una vida, ubicada en la década de los 90, en la que una mujer, de frente a su propia realidad, teje recuerdos y crea la historia de su madre -desde un personaje literario- para construirse ella misma desde la “hijidad”.
Prosa en ebullición que anclada en un relato íntimo, lleva a quien la lee por una vorágine de sentimientos y reconocimientos.
Para navegar más en esta novela tenemos el privilegio de conversar con su autora, la escritora costarricense, Premio Nacional de Novela, Catalina Murillo.
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