Como no puede ser de otra manera, las guerras dividen y polarizan los conglomerados sociales que observan con horror y también con impotencia, cuando no con desidia, los acontecimientos. Particularmente respecto del conflicto Israel-Hamás, las tensiones entre países y bloques y a lo interno de las naciones han provocado en estos siete meses múltiples manifestaciones de repudio por la muerte de cientos de miles de inocentes civiles gazatíes.
Pero fue a finales del mes de abril, tras la detención de estudiantes que protestaban en la universidad neoyorquina de Columbia, cuando se extendió una oleada de manifestaciones en casi 50 universidades en todo Estados Unidos. La consigna: evidenciar la violencia y la cantidad de fallecimientos en esta guerra, provocados por la asonada de Israel, así como llamar la atención al gobierno de Joe Biden, para que cese el apoyo en dinero y armas. Algo acaso utópico. ¿Pero quién dijo que a lo largo de la historia lo imposible ha detenido a jóvenes estudiantes en sus protestas?
Fue así como el brote de universidades estadounidenses saltó a Canadá y de allí a centros de estudios en España, Francia, Alemania, Países Bajos, Austria, Dinamarca, Italia y Finlandia...
En palabras de la universitaria judío costarricense Mía Fink Uleth "abogar por una Palestina libre no implica de ninguna manera ser antisemita, que es lo que argumentan autoridades israelíes para censurar y silenciar las voces que piden justicia, lo que no es otra cosa que una falta de respeto, de conciencia histórica y un intento de demeritar el llamado por la paz y los derechos humanos para los palestinos".
Acaso por esa poderosa argumentación, las protestas y llamados se extendieron estos días a actividades masivas como las de la famosa ceremonia del Museo Metropolitano de Nueva York y la final del concurso Eurovisión en Suecia.
Para analizar estos focos de protestas y sus implicaciones conversaremos con Mía Fink y con el investigador social, Carlos Sandoval.
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