El conflicto entre Israel y Hamás entró en fase de protestas populares en varios puntos del globo a partir del bombardeo (sin autoría certificada, pero con acusaciones de ambos bandos) a un hospital en Gaza. Hay que comprender que a diferencia de la invasión rusa en Ucrania, donde ha habido un apoyo bastante más consistente al país invadido- cuando se trata del sempiterno conflicto palestino judío, la exaltación se extiende como combustible y fuego.
La diplomacia, en un mundo bastante anárquico de alineamientos múltiples, se juega con mucha rapidez en horas decisivas, intentando desescalar el conflicto, pero confirmando lo obvio, que el viejo multilateralismo (Naciones Unidas) ha perdido su músculo y que no es en Nueva York donde se llevan a cabo las negociaciones. Este miércoles el Consejo de Seguridad de la ONU no logró una declaración de condena sobre la situación, habida cuenta del veto de los Estados Unidos que está decidido a mostrar (en Washington y en el orbe) su capacidad de incidencia político militar en el complejo ajedrez. Cabe anotar que de los cinco miembros con capacidad de veto, Reino Unido y Rusia, tampoco avalaron la declaración, escudándose en una abstención, en lo que constituye acaso un ejemplo para entender que las alianzas de países y de bloques de países son específicas y coyunturales.
Volviendo al protagonismo estadounidense, el presidente Joe Biden salió bien librado de su visita relámpago de siete horas a la capital israelí, con el anuncio del desbloqueo para la urgente ayuda humanitaria a la población de Gaza que podría empezar en las próximas horas; aunque el viaje quedó inconcluso por la nada sorpresiva cancelación del encuentro con los líderes árabes en Jordania.
Para profundizar en los últimos movimientos conversamos este jueves con el sociólogo político Constantino Urcuyo Fournier.
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