Pocos asuntos pueden resultar tan dolorosos y traumáticos, familiar y socialmente, como el suicidio.
Las explicaciones desde la psicología, la psiquiatría y la antropología, sin duda nos acercan a la comprensión de este fenómeno presente en la civilización humana desde sus inicios mismos, claro.
Pero todas ellas no logran llenar el profundo sobresalto emocional que implica el suicidio. En pocas palabras, no hay una manera racional de asumir la decisión de un ser humano de poner fin abruptamente y por voluntad a su existencia; sobre todo cuando hablamos de proyectos de vida en (aparente) pleno desarrollo.
El suicidio es pues siempre una gran interrogante que deja sin respuestas y con muchas cicatrices a las personas que quedan desoladas frente a la auto desaparición de un ser amado. Por años, hablar del suicidio fue considerado un tabú. Es más, se decía que al hacerlo se legitimaba su práctica y por ello, había que guardar silencio frente a esa realidad. Hoy no.
Hoy la Organización Mundial de la Salud plantea un abordaje abierto y frontal frente a este drama de la existencia. Por eso, cada 10 de setiembre se dedica en el mundo entero a la prevención del suicidio. Y este año, el lema es "Crear esperanza a través de la acción".
Más allá de las frías estadísticas, (este año las llamadas de auxilio han crecido significativamente en el 911 respecto del 2021) debemos encarar un tema difícil, que nos plantea consideraciones morales, tanto como desafíos de acción colectiva, para enfrentar un problema urgente de salud pública. Con el psicólogo Milton Rosales conversamos en Hablando Claro.