Muchos estamos confinados en nuestras casas pensando en protegernos de la epidemia del coronavirus, en evitar un aumento desmedido de los contagios o haciendo lo necesario para sortear el golpe económico que se viene, pero hay otra emergencia que siempre ha estado allí y que ahora solo se puede acentuar.
El hogar no es necesariamente el lugar más seguro para muchas mujeres y menores de edad, y quizás lo sea menos cuando al trasfondo machista se le agrega el clima de ansiedad, las presiones y la incertidumbre. En España, Brasil y Argentina ya escalaron las denuncias; no tenemos ningún motivo para pensar que aquí no se vayan a disparar los casos.
Estamos aún, recordemos, en el Mes de la Mujer aunque la epidemia haya borrado de la agenda pública tantas conmemoraciones y reflexiones sobre la igualdad de género o sobre los riesgos que viven en trabajos, casas y calles; recordemos que han pasado tres semanas desde la desaparición de Allison Bonilla en Cartago.
No es algo que se pueda erradicar ya; entre otros factores porque tampoco estamos haciendo todo lo posible para lograrlo. Corresponde al Estado dar al menos la atención de las denuncias y proyectar la idea de que alguien las cuida, de que al hombre agresor o acosador no salen gratis sus actos. Pero nos toca a los demás, en las comunidades y el entorno familiar, proteger a las personas vulnerables que están atrapadas puertas adentro.
Sin quitar el dedo del renglón de la emergencia sanitaria y económica, dedicamos nuestro Hablando Claro, junto a el viceministro de Seguridad, Eduardo Solano, a las circunstancias actuales de la violencia contra la mujer y a los recursos para que ellas se sientan amparadas en caso de ser necesario.