Ciertamente, el populismo es un fenómeno de raíces viejas, pero los nuevos rebrotes están tambaleando los cimientos de las democracias con la emergencia de líderes personalistas de nuevo cuño que surgen de organizaciones políticas que más allá de la derecha o de la izquierda, se consolidan mediante pregonados proyectos a cargo de mesías salvadores.
Con sus matices, hablamos de Andrés Manuel López Obrador, en México, o de Giorgia Meloni en Italia, de Javier Milei en Argentina o de Víctor Orbán en Hungría, de Nayib Bukele en El Salvador o de Donald Trump en Estados Unidos.
“Los liderazgos populistas y sus formaciones son hijos legítimos de la democracia”, afirma el politólogo mexicano Israel Covarrubias en “La Fascinación del populismo…”
Son liderazgos personalísimos que trabajan para succionar el control de las instituciones, desde la táctica del desprestigio, poniéndolas como verdaderas trabas para el cumplimiento de las demandas de una ciudadanía enojada.
Sea la líder francesa, Marine Le Pen o el español, Santiago Abascal. Sea desde el poder o desde la oposición, los populistas dignifican a las clases sin poder, a los excluidos, a los vencidos, para darles una reivindicación, aunque en realidad lo que procuran es enquistar nuevas élites políticas, económicas y religiosas en el poder.
Comprender esta realidad para buscar respuestas a la dura realidad de millones de personas en pobreza, con deficientes servicios públicos, sin empleos de calidad, sin seguridad social y a expensas de la inseguridad ciudadana, es el desafío hoy para no perder todo por lo que luchamos cuando defendimos la democracia republicana.
Sobre el tema conversamos con el coordinador del Observatorio de la Política Nacional (OPNA) de la Universidad de Costa Rica, Rotsay Rosales Valladares.
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