La fiesta balompédica mundial está a punto de dar inicio y aunque todo estará centrado en la competencia de los equipos participantes, así como en la pasarela de las grandes figuras que allí desfilarán, Catar está signado por la polémica.
Tanto así que a esta cita mundialista, Amnistía Internacional la bautizó como "El Mundial de la Vergüenza", pues mientras el negocio se aderezaba y la organización lucra con multimillonarias sumas por el torneo más grande del planeta, ha habido denuncias constatadas por las condiciones infrahumanas a las que fueron sometidos los migrantes explotados para construir las instalaciones. De acuerdo con el prestigioso medio inglés The Guardian al menos unos 6,500 migrantes procedentes de Nepal, Pakistán, India, Bangladés y Sri Lanka habrían muerto en el decenio que han tardado las edificaciones. Y lo peor, es que esa cifra, podría constituir una subestimación de la verdadera dimensión de la tragedia que se gestó para levantar las majestuosas edificaciones. Algo que, por supuesto, rechazan las autoridades cataríes.
Pero esto -ya de por sí severísimo- no lo es todo. La sede del campeonato del mundo en esta monarquía islámica del Golfo Pérsico, conlleva repudio más allá del trato a los migrantes, porque la vulneración de los derechos humanos alcanza también a las mujeres, y los miembros de la comunidad LGTBQ
No termina siendo ninguna novedad, en todo caso, que estos asuntos sean minimizados o abiertamente silenciados cuando de la actividad deportiva más lucrativa del mundo se trata. Y si no, veamos como hace apenas cuatro años se legitimó a Rusia como sede del anterior campeonato. Sí, la misma nación que invadió a su vecino, Ucrania.
Del contexto del Mundial de Catar conversamos con el investigador en comunicación social Carlos Sandoval y el periodista Yashin Quesada.
Tanto así que a esta cita mundialista, Amnistía Internacional la bautizó como "El Mundial de la Vergüenza", pues mientras el negocio se aderezaba y la organización lucra con multimillonarias sumas por el torneo más grande del planeta, ha habido denuncias constatadas por las condiciones infrahumanas a las que fueron sometidos los migrantes explotados para construir las instalaciones. De acuerdo con el prestigioso medio inglés The Guardian al menos unos 6,500 migrantes procedentes de Nepal, Pakistán, India, Bangladés y Sri Lanka habrían muerto en el decenio que han tardado las edificaciones. Y lo peor, es que esa cifra, podría constituir una subestimación de la verdadera dimensión de la tragedia que se gestó para levantar las majestuosas edificaciones. Algo que, por supuesto, rechazan las autoridades cataríes.
Pero esto -ya de por sí severísimo- no lo es todo. La sede del campeonato del mundo en esta monarquía islámica del Golfo Pérsico, conlleva repudio más allá del trato a los migrantes, porque la vulneración de los derechos humanos alcanza también a las mujeres, y los miembros de la comunidad LGTBQ
No termina siendo ninguna novedad, en todo caso, que estos asuntos sean minimizados o abiertamente silenciados cuando de la actividad deportiva más lucrativa del mundo se trata. Y si no, veamos como hace apenas cuatro años se legitimó a Rusia como sede del anterior campeonato. Sí, la misma nación que invadió a su vecino, Ucrania.
Del contexto del Mundial de Catar conversamos con el investigador en comunicación social Carlos Sandoval y el periodista Yashin Quesada.