Por Jaime Ordoñez
Pequeña teoría de la compasión
La historia me la contaron en una agencia de publicidad de Colombia que colectaba fondos para niños pobres con discapacidades. “Si Ud organiza una campaña para un perro golpeado o mutilado, puede recaudar US$ 50.000 dólares en pocos días”. Pero sí es para niños agredidos lo màs US$ 7.000, si le va muy bien. Y los viejos recaudan aún menos… Así me lo dijo la ejecutiva de la agencia de publicidad, mirándome con frialdad polar, sus palabras me han quedado resonando desde entonces, “y los viejos recaudan aún menos”, mientras cruzaba sus largas y hermosas piernas con minifalda y sonreía como lo hacían las modelos de los anuncios de aquellas viejas revistas Time-Life de la década de 1960 y 1970.
Y recordé algunas historias de Costa Rica. Por ejemplo, “Alfredito”, aquel perro que encontraron tirado en la Ruta 32, con llagas tan profundas que se le veían los huesos. Rescate Animal lo recogió y se convirtió en un estandarte. “Alfredito” tuvo seguidores en todo el planeta y su historia se convirtió “viral”. O cuando se informa de un tucán con el pico partido y lacerado. Allí se conmueven las gentes. Pero no sucede lo mismo con la gente. ¿Por qué nos tenemos menos compasión? ¿Porqué nos alejamos de nuestro propio sufrimiento como si fuera una peste,?
Quizá la respuesta es simple: los seres humanos tememos vernos a nosotros mismos. Otra persona nos desnuda, nos pone frente a un espejo. Nos enseña la caricatura y el esperpento en que nos hemos vuelto, el fracaso de la aventura de la civilización (esa aventura que soñaba el gran Bedenetto Crocce). Por las mismas razones los choferes en las esquinas cierran la ventana y vuelven a ver hacia adelante, ignorándolo, cuando se acerca un mendigo, un hombre o mujer igual a nosotros, que simplemente corrió un destino distinto. Y al ignorarlo lo hacen invisible, como si fuera un espectro. Menos que un perro o un gato. Le niegan existencia plena.
¿Cuáles circunstancias se dieron en la vida de este hombre o esta mujer para que haya terminado viviendo en la calle, durmiendo sobre unos cartones? Algún día tuvo una infancia, esperanzas iguales a las nuestras.. ¿Cuáles fueron los devenires de esa existencia, las marginaciones o decisiones propias que lo llevaron allí? Porque uno es dueño de su vida a medias. La voluntad no existe plenamente. Es una ilusión. Las decisiones son propias, pero no del todo, siempre hay una puerta escondida en el aire que se abre para algunos y para otros no. Y no es determinismo económico (esa palabrería pedante que se usaba hace algunas décadas en las ciencias sociales), es mucho más complejo. También tiene que ver con decisiones extrañas que toma el alma. O que toma la suerte.
Es el hombre que se dejó llevar por las dudas y por el alcohol, y un día perdió su trabajo y fue incapaz de llevar dinero a la casa de su mujer, y llegó la primera noche que durmió en el dintel de un pórtico. Nos damos miedo a nosotros mismos. A lo que somos o a lo que podemos ser.
Por eso nuestra civilización es sórdidamente liviana: tiene compasión y protege a un animal ( ciertamente un ser vivo que merece toda defensa) pero sin embargo ignora y rechaza a sus iguales.
Como la tristísima historia del refugiado sirio que hace pocos días, segun informo CNN, desesperado y hambriento, se arrojó en plena noche en el Canal de Venecia, en pleno invierno, a dos grados, y se ahogó mientras en una barcaza de turistas que pasaba por allí lo veían y le gritaban improperios, “vayase a su desierto”, y cosas por el estilo, mientras empuñaban sus copas de vino y champan, y reian.