Por Jaime Ordoñez
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(Sobre himnos nacionales y civilización)
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Las reacciones xenofóbicas publicadas en el FB a raiz del tema de los himnos nacionales son alarmantes. Curiosamente, hay muchas personas que (de dientes para fuera) le imputan a Trump racismo y virulencia, pero no están viendo la viga en el ojo propio. Sus declaraciones son asombrosamente similares a las del candidato republicano. De acuerdo a Trump, todos los males de los EEUU tienen su raíz en los árabes y los mexicanos. Veo a muchos aquí criticando a Trump, sin darse cuenta que argumentan lo mismo de los nicaragüenses y colombianos.
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Quizá la directriz del MEP pudo haber sido más feliz y mas amplia: pedirle a los circuitos educativos que en el mes de setiembre cantemos todos los himnos de Centroamérica (además del de Nicaragua, el panameño, el hondureño, el guatemalteco, el salvadoreño y el hondureño). Y si vamos más allá, de otros países del mundo. Yo de niño aprendí varios himnos del mundo y todavía los recuerdo bastante bien.
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Sin embargo, en la intención veo una base humanista. Se trata de cubrir al extranjero, al casi millón de nicaragüenses que viven aquí, con un manto de amor y de cariño. Si 364 días del año tienen que ser ticos o adaptarse a Costa Rica, es razonable que un día al año (desde aquí, desde nuestra tierra) celebremos sus propios países cantando también sus himnos. Ellos son los que nos ayudan en la agricultura, son los guardas de nuestros barrios, nos ayudan en nuestras casas y negocios y se están volviendo vitales para mover la economía con sus empresas, con su aporte a la construcción y al desarrollo. Si el actual gobierno de Nicaragua no hace lo mismo, y nos ataca y estigmatiza, no importa, La agresión siempre hay que contestarla con civilización y humanismo.
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Confundir todo lo nicaragüense con el actual gobierno de ese país es un burdo error. También es la patria del gran Rubén Darío, de Salomón de la Selva, de Pablo Antonio Cuadra, de una rica historia cultural y del casi millón de personas que comparte hoy nuestro territorio y nuestro destino. Además (como indican varios estudios) un altísimo porcentaje del pueblo costarricense, de todas las clases sociales, tiene consanguineidad con Nicaragua en sus ancestros. Hemos sido pueblos hermanos desde hace dos o tres siglos, con intercambios humanos, culturales y de negocios. Cuando aquí no existía universidad, nuestros jóvenes iban a la Universidad de León en Nicaragua y a la de San Carlos en Guatemala. Sólo los muy adinerados podían ir a Europa.
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En el origen de toda esta intolerancia está la enfermedad de los nacionalismos y todo lo que ello comporta. Yo aconsejaría releer urgentemente un libro de gran Fernando Savater "Contra las patrias", un extraordinario alegato contra una de las principales enfermedad de la civilización: el chauvinismo nacionalista que nace del sentido tribal de la patria, de las fronteras, de enfrentar al otro como si fuera un enemigo. Todos somos parte de la misma aventura de la civilización.