Por Fernando Ferraro
“Los sapos, como animales que son de sangre fría, no pueden percibir con facilidad los cambios lentos en la temperatura de su entorno; se han realizado experimentos … colocando algunos de estos pobres batracios en recipientes con agua fría que se va calentando lentamente, hasta que al llegar al punto de ebullición, se cocinan vivos sin darse cuenta.” Así comienza un artículo de Ernesto Samper Pizano, del 5 de octubre de 2010, publicado en el diario El País, bajo el título de “La colombianización de México”.
Samper se refería al efecto anestésico del narcotráfico en la sociedad, que reduce la capacidad de reacción de las instituciones. La comparación me recordó a Costa Rica, pero no por la razón que motiva al autor, sino por nuestra dificultad para adoptar decisiones oportunamente, aun cuando no paramos de discutir sobre los grandes temas pendientes. No tenemos sentido de urgencia.
Sin ánimo de exagerar el drama, lo que sabemos del régimen de pensiones de la CCSS es un ejemplo de manual. En materia fiscal, para citar otra amenaza evidente, las calificadoras de riesgo nos bajaron de categoría por no tomar decisiones, aun cuando hemos consumido mucha energía en la discusión de propuestas que fracasaron por la torpeza del “manejo político” del gobierno y su enfoque del problema.
En resumen, no hay que dar muchas vueltas para entender que en Costa Rica nos pasa como a los sapos de Samper. ¿Qué hacer entonces? Lo primero es participar en política, y no refugiarnos en la comodidad del “distanciamiento”. Aún si nos limitáramos a votar, ya esa es una forma de actuar que no debemos menospreciar. Lo segundo, es tomar consciencia del significado y del efecto de algo que repetimos hasta el aburrimiento. En la coyuntura actual, no hay un partido, ni dos, ni tres, en condiciones de implementar unilateralmente reformas de un alcance significativo.
En 2014 participaron 10 agrupaciones en las presidenciales, y 9 llegaron a la Asamblea Legislativa, donde varias se fraccionaron en subgrupos que no operan de manera armónica. Actualmente, un número mayor tramita su inscripción para las elecciones de 2018. Si todos tienen éxito competirán 21 en las presidenciales y 49 en las legislativas. En democracia, este fenómeno es imposible de evitar con limitaciones legales, salvo que la democracia comience a dejar de ser tal. La única solución está en entender que el país necesita de pactos y forjadores de acuerdos, y nuestro voto debería favorecer a quienes tengan esto claro.
Seguidamente, debemos recuperar el sentido del tiempo en el ejercicio del gobierno, para reconocer cual es el momento de impulsar las reformas estratégicas. Una oportunidad que comienza desde el primer minuto de un gobierno y llega hasta antes del ecuador de su mandato. Por esta razón, cualquier discusión sobre la problemática fundamental del país, ahora debe situarse en mayo de 2018, pues el tiempo útil de la presente administración ya se consumió. Sin embargo, lo más importante de esta reflexión, está en entender que el próximo Presidente debe evitar cualquier forma de persecución o de revanchismo, para concentrarse en crear confianza y facilitar la negociación.
Lo esencial de una democracia no está únicamente en la celebración de comicios, sino en una determinada forma de abordar la problemática del país, identificar las posibles soluciones e implementarlas, porque la democracia no es solamente foro y debate, sino un sistema de gobierno que debe ser efectivo en la obtención de resultados.
En el mismo sentido, los costarricenses debemos admitir que “querer no es poder”. El núcleo de nuestra problemática no está ni en la corrupción, aunque esta sea un fenómeno real en su presencia y en sus efectos, ni en la falta de voluntad, sino en algo más grave. Me refiero al hecho de que nos olvidamos de qué es y cómo hacer política, la cual confundimos de manera enfermiza con la politiquería. Ya el gobierno actual demostró con creces las dificultades que se derivan de creer ingenuamente que para gobernar basta con ser honesto y tener buena voluntad. Es infinitamente más complicado.
La impotencia para solucionar los principales problemas públicos no sólo genera amenazas de carácter autoritario. La democracia corre también el riesgo de sumirse en la anarquía. Algo que me lleva a la segunda parte de este planteamiento.
Ahora que el PLN entró en su período electoral, y pronto le seguirán los demás partidos, recuerdo una frase del financista estadounidense Bernard Baruch, que recomendaba votar al que menos prometiera, porque decía, será el que menos decepcione.
La frase parece resultado de la resignación o del cinismo, y sin embargo tiene un trasfondo que se relaciona con la referencia al animalito del inicio. La mejor posibilidad de evitar una nueva decepción, está en entender y exigir que la prioridad de los candidatos se enfoque en el esfuerzo inteligente y participativo por identificar y desabrochar las hebillas que sujetan la camisa de fuerza que mantiene sofocado el potencial costarricense.
Somos un país donde abundan los diagnósticos, los planes, los proyectos de ley y las mesas redondas; y somos al mismo tiempo un país con una patológica incapacidad de traducir todo esto en acciones estratégicas. Entonces, ¿de verdad, lo más importante de un candidato es una nueva lista de “ideas novedosas”?
Yo creo que no. Creo que dicho enfoque corresponde a esa etapa superada del “bipartidismo” en el que los partidos tenían una esperanza razonable de contar con los recursos políticos para gobernar según su propuesta. Eso cambió, y hoy los votantes deberíamos entender, con total independencia de nuestra opinión sobre los partidos o del candidato que apoyamos, que la mejor forma de mantenernos en la situación del sapo del ejemplo, es dejarnos sedar con las “promesas de campaña”; con esas, que en medio de música y colores, buscan “ponernos a soñar” sin ocuparse de responder a “cómo” se harán realidad en un contexto donde los partidos ya no contarán con los recursos políticos para gobernar según su voluntad.
Hoy Costa Rica necesita que el próximo Presidente, más allá de la gestión creativa y austera del “día a día”, y de una política exterior atenta a las convulsiones internacionales que se avecinan, sitúe su prioridad en la construcción de una mayoría, inevitablemente heterogénea, que dé sustento a los acuerdos políticos necesarios para dar un verdadero salto adelante.