Por Jaime Ordoñez
Miles de costarricenses ayudamos entre 1978 y 1979 a la caída de la dictadura de Anastasio Somoza. En la sala de mi casa--lo recuerdo vívidamente--- se reunían con mi padre, el poeta y dramaturgo Alberto Ordóñez Argüello, muchos de los luchadores del llamado Frente Sur, incluido el propio Edén Pastora, cero, que con tan mala moneda le ha pagado después a este país.
Se planeaba el ataque final, se buscaban armas, se unían espíritus y esfuerzos para derrocar la dictadura más longeva de América Latina, junto con la paraguaya de Alfredo Stroessner. Todo Costa Rica se sumó a esta lucha, nuestros aeropuertos, nuestras ciudades, el propio gobierno del expresidente Carazo y todo el resto de partidos y sectores de este país ayudaron al pueblo nicaragüense con fervor.
Treinta y siete años después, todo parece indicar que --como en el mito de Sísifo-- esa piedra que tanto costo subir, vuelve y vuelve a caer. El signo autoritario de Nicaragua vuelve a imponerse, como una noche negra sobre su pueblo. La destitución abusiva de 16 diputados propietarios y 12 suplentes de la oposición liberal por parte del Tribunal Supremo Electoral, dominado por Daniel Ortega, transforma paulatinamente en dictadura pura y dura el sistema político nicaragüense. Se parece mucho a la persecución y expulsión masiva de opositores que Erdogan acaba de hacer en Turquía.
Las palabras de las últimas horas de Dora María Téllez, la excomandante sandinista, condenando lo que ha sucedido y alertando un autoritarismo aún más duro por venir; de Sergio Ramírez, el escritor y novelista (vicepresidente de Nicaragua en el primer gobierno de Ortega); de Carlos F Chamorro, el reconocido periodista; o el rechazo y rompimiento de Ernesto Cardenal, indica que incluso los líderes más inteligentes y auténticos que acompañaron a Ortega en 1979 y en sus primeros años, hoy le denuncian como un autócrata más.
Lástima tantos años de esfuerzo. Lástima tantas ilusiones malogradas. Da pena también ver al sector empresarial nicaragüense—que hoy se reparte negocios con Ortega y su familia—cohonestando ese sainete dictatorial con su silencio o sus tímidas quejas. Habría que recordarles que en las sociedades sin libertad no florece la democracia, pero tampoco los negocios en el largo plazo.