Por Carlos Murillo Zamora
El discurso populista de Donald Trump, muy similar al de otros populistas como Nicolás Maduro (de ahí las coincidencias en sus estilos y actos discursivos), evidencia la decadencia del sistema político de Estados Unidos -sobre todo en su componente electoral-. Esto lo afirmo en el contexto de un mundo transformado, en el cual el Estado ya no es lo que solía ser en los siglos anteriores.
El discurso de Trump no solo es populista, es degradante para la sociedad estadounidense. El menospreciar el sacrificio de los soldados que han obtenido reconocimientos, como cuando comentó que siempre había querido tener una medalla al honor, pero que era mejor obtenerla por obsequio, es burlarse de los valores de esa sociedad. O cuando amenaza a su adversaria Clinton con una frase a partir de la segunda enmienda constitucional -relacionada con la posesión de armas-, could deal, que en inglés puede ser interpretada como un llamado a la violencia en contra de la candidata demócrata, constituye un irrespeto a la convivencia pacífica y la contienda democrática. Aunque es probable que luego afirme que lo malinterpretaron, como ya lo ha hecho.
Las propuestas sobre economía, seguridad y defensa en su eventual gobierno son igualmente preocupantes, por cuanto, para los intereses de esa sociedad, amenazan los esfuerzos de recuperación de los dos periodos de Obama y la ya de por sí frágil paz y seguridad internacionales.
Desde la perspectiva global, es también preocupante, porque Trump menosprecia la cooperación y los compromisos internacionales, que han sido la base para lograr evitar una guerra sistémica en las pasadas seis décadas. Si sus afirmaciones sobre la posibilidad de derogar unilateralmente un tratado son ciertas, hacen pensar que un posible gobierno suyo aceleraría ese conflicto global. Y si son solo un discurso de campaña, la situación es más grave; pues qué se puede esperar de un líder que engaña a la ciudadanía, como pareciera haberlo hecho muchas veces con sus empresas, según los rumores que circulan en distintos medios de prensa. Y que no hay que descartar del todo, porque el candidato republicano se ha negado a ser transparente con sus negocios y sus cuentas personales.
Cabe preguntarse, ¿por qué ante tal amenaza, que ya ha sido reconocida por expertos republicanos en distintos ámbitos, el electorado lo sigue apoyando en un grado significativo? En mi criterio la respuesta está, como lo señalé en un comentario anterior, en el “desencanto” de la ciudadanía estadounidense (como de prácticamente la de todos los países) del sistema político y sobre todo de las élites gobernantes. La cuestión es que, ante ese panorama, la gente tiende a favorecer el discurso diferente, lo que les parece novedoso, sin medir las consecuencias a mediano y largo plazo. Un ejemplo es la población británica con el Brexit.
En definitiva, si la crisis venezolana es preocupante para los países latinoamericanos, por el escenario de implosión que se está generando; la de Estados Unidos lo es más, por tratarse de una superpotencia, con gran influencia en el sistema internacional, uno en el que las reglas del juego que aún persisten fueron establecidas en otro momento por Washington. Por ello la victoria de Trump es un problema para Estados Unidos, pero un grave mal para el resto del mundo.