Por: Allan Astorga Gättgens, Catedrático UCR (
Cuando pensamos en el Ambiente, evocamos imágenes de bosques, ríos limpios y costas bañadas por un mar azul, todo lleno de vida. Eso es natural, pues nosotros formamos parte de esa Ecosfera terrestre que es la que nos da la vida, como a todos los demás organismos, y, además, nos la sostiene. Estamos tan acostumbrados a que la Ecosfera nos soporte, que hemos perdido la perspectiva del severo daño que la humanidad le ha infringido.
Para los que no lo saben, la Ecosfera terrestre, que combina la Atmósfera, la Hidrósfera, la Biosfera y la parte más superior de la Corteza Terrestre, principalmente el suelo, es un ser vivo y evoluciona. Se originó poco después de la formación del planeta Tierra y tiene cerca de 4 mil millones de años de existencia. Su principal esencia, es la vida en todas sus manifestaciones, así como su continua evolución.
Los estudios astronómicos de la Nasa, durante los últimos años, nos muestran cada vez más el enorme valor que tiene nuestro Ecosfera, pues entre mas se escudriña el Universo, menos se encuentran planetas con una Ecosfera como la Tierra. Recibimos y vivimos en una verdadera joya de vida del Universo. Algo que muchos no han comprendido.
Deterioro
Pero la humanidad que, al principio, convivía en esa Ecosfera, como un organismo más, sin generarle un daño significativo, al menos hasta hace 200 años, se ha convertido en su peor enemigo. A partir del año 1800 la población humana empezó un crecimiento exponencial, en tan solo 250 años vamos a pasar de 1 mil millones a cerca de 10 mil millones de personas en el 2050.
El sistema económico que se desarrolló para sostener esa creciente población se convirtió en un ente altamente depredador del ambiente, basándose en una premisa falsa: “que la Ecosfera es suficiente, se regenera y alcanza para seguir creciendo”. Algo que todavía muchos siguen creyendo, pues les genera ganancias a corto plazo, sin medir las consecuencias negativas de mediano y largo plazo.
Pero ahora, ya entrados en el siglo XXI, nuestra generación está viendo el principio de todas esas consecuencias: Cambio Climático, contaminación de suelos, ríos y acuíferos, mares contaminados y sobreexplotados, deforestación de selvas tropicales, rápida extinción de especies y, en general, acelerado deterioro de la Ecosfera terrestre. Tanto, que, para marzo del 2015, a nivel global, alcanzamos el límite de capacidad de resiliencia de todos los biomas terrestres, haciendo que la humanidad esté viviendo, desde el punto de vista ecológico, en números rojos. Algunos países más que otros, de allí que, para habitantes de países como Costa Rica, nos parece que eso es una “exageración” alarmista de los ecologistas, empero, es la triste y cruda realidad.
Nos encontramos en el Antropoceno, un periodo geológico nuevo, y sumamente vergonzoso, pues iniciado en 1945 (con la primera explosión nuclear), representa el tiempo en que la humanidad ha generado un gran daño a la Ecosfera, tanto que nos encontramos dentro de la Sexta Gran Extinción Masiva de Especies. La primera provocada de forma “artificial” por un organismo vivo del mismo plantea Tierra (nosotros, los humanos). Algo que debería llevarnos a reflexionar y a buscar medidas para frenar el gran daño que, como humanos, estamos haciendo a la Ecosfera planetaria.
Esperanza
En medio de todo ese escenario ecológicamente dramático, todavía hay esperanza. Nuestras nuevas generaciones miran al ambiente con más respeto y muestran preocupación por su cuidado. Ya es un principio. Pero el cuidar el agua, controlar las emisiones, ahorrar energía y reciclar los residuos, aunque son buenas acciones, no son suficientes, todavía tenemos que hacer más.
Las generaciones más maduras, en particular aquellos que ostentan poder (político, económico, de información y educación), tenemos una enorme y urgente tarea: revertir el deterioro producido y empezar a trabajar por recomponer los daños. Es una tarea enorme, nuestro principal reto en el siglo XXI, pues parte de la base de introducir el Principio de Sustentabilidad Ambiental (“las actividades humanas, de cualquier tipo, deben ser ambientalmente sustentables en el tiempo, de una forma efectiva, de manera que se garantice el equilibrio ecológico sin efecto ambiental significativo, es decir, sin que el equilibrio natural sea alterado por encima de su capacidad de asimilación de carga ambiental adicional”) en todo nuestro quehacer, empezando por nuestro sistema económico.
En el caso de Costa Rica, como hemos insistido, las acciones concretas, son claras: a) Ordenamiento Ambiental del Territorio, b) Planificación Estratégica, c) Corrección y Control estricto de la contaminación ambiental, d) Promover el desarrollo sin Sacrificio Ambiental y e) Proteger nuestra biodiversidad continental y marina. Nuestro país, puede llegar a ser, no solo una verdadera potencial mundial en la recuperación y sostenimiento de la biodiversidad, sino también en un ejemplo para el mundo de cómo se revierte el daño a la Ecosfera terrestre. Se puede convertir en el país de la esperanza ecológica.
¿Cómo lograrlo?
Primero necesitamos cobrar una clara conciencia de dónde estamos y para dónde vamos. Debemos pensar en colectivo, como país y con visión de futuro. Solo así podremos superar los problemas inmediatos y urgentes, que no nos dejan ver los verdaderos retos que tenemos en el futuro.
Tenemos una deuda con el Ambiente y nuestro único camino posible, es trabajar por mejorarlo. Requerimos la participación de todos, desde las autoridades políticas superiores, que deben tener la visión y la voluntad de orientar nuestro desarrollo en un marco de verdadera sustentabilidad socioambiental. Todos los ciudadanos, podemos poner nuestro “grano de arena”, pero nuestra principal tarea, es ser vigilantes y estar atentos para que no nos alejemos del camino de esperanza que debemos dejar a las generaciones futuras. Todavía hay algo de tiempo, y no debemos desperdiciarlo más.