La columna inacabable de hondureños que cruza México hacia Estados Unidos es solo la foto que mejor ilustra en estos días el momento de Centroamérica. Es el más reciente de los impulsos para huir en masa de la miseria, la violencia y la corrupción en su país.
Grupos de guatemaltecos se han sumado porque su país no pinta muy diferente y el gobierno de Jimmy Morales no da buenas señales. En El Salvador, la campaña electoral acentúa la discusión sobre su realidad, que tampoco dista de la de sus vecinos.
Si bajamos a Nicaragua, el gobierno de Ortega parece acabará el 2018 aferrado al poder a cualquier costo, pese a la masacre y el estancamiento de la economía. El obispo de Managua, Silvio Báez, denunció hoy más amenazas en su casa.
La comunidad internacional lo ve. China lo ve con interés y Estados Unidos también, desde cálculos diferentes. Los inversionistas lo estudian, los migrantes lo miden y nosotros también debemos verlo, aunque a veces llevemos la mirada pegada al piso agrietado de nuestro país.
Miremos a Brasil, por ejemplo, ese enorme país que este domingo podría dar con Jair Bolsonaro un paso hacia la oscuridad, como escribió Caetano Veloso en The New York Times.
¿Qué puntos en común tenemos los países centroamericanos? ¿Cuánto nos condiciona? ¿Sálvese quien pueda? ¿Por qué podemos entender el temor de los opositores a Bolsonaro? Las respuestas no están a la mano, pero nos acercarnos a ellas en el cierre de esta semana con el politólogo Constantino Urcuyo.