Para unos, la euforia del triunfo. Para otros, el trago amargo de la derrota. Es la ecuación final del juego democrático que nos permite, desde la vitrina del análisis, hacer balance de un proceso municipal marcado por el ausentismo, lo que equivale a apatía, desidia, desinterés...
Los malos resultados para el Partido Liberación Nacional, el plantón de realidad para el Frente Amplio, el lentísimo avance para Nueva República, las ilusiones (cuales luces que encandilan) para el partido Unidad Social Cristiana y el más joven Unidos Podemos; las rupturas de las coaliciones y la desaparición del PAC de los espacios de representación, son resultados que convocan a modificaciones profundas de las fuerzas electorales. Y si a ello sumamos, la polarización, el odio, la desinformación y, a la vuelta de la esquina, los estragos de la inteligencia artificial, estamos ante un peligroso coctel para sostener el apego a la democracia y su institucionalidad.
Para muestra el gran botón salvadoreño. Borrados del mapa la separación de los poderes, sin siquiera necesidad de esperar los resultados oficiales del tribunal electoral, Bukele (dícese que el mandatario más popular del mundo) no solo se proclamó reelecto, sino que él mismo dio los resultados del proceso. "Democracia de partido único" lo definió él mismo. Con ungimiento del Todopoderoso para gobernar en medio de normalizadas y cada vez más frecuentes suspensiones de garantías y la gran promesa de lo que está por venir los próximos cinco años de su segundo mandato. Y tal vez de otros más.
De ambos procesos centroamericanos conversamos con Eugenia Aguirre, investigadora del Observatorio de la Política Nacional de la UCR.
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