Por: Carlos Alvarado Quesada, Presidente de la República de Costa Rica
Quiero escribir con sinceridad sobre lo que siento y lo que percibo hoy sobre el país. Para dar pie a ello, comparto una frase que para mí encierra un gran sentido y sabiduría: “No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Si bien la pasión puede tensar nuestros lazos de afecto, jamás debe romperlos.” Estas palabras son de Abraham Lincoln en su primer discurso de toma de posesión en los Estados Unidos, en 1861.
Lincoln habló consciente de que su país estaba al borde de una guerra civil, que tenía en medio el conflicto sobre la esclavitud. La dijo consciente de su deseo de acabar con la esclavitud pero también claro de que en ese duro camino no debía comprometer la integridad de la Unión estadounidense.
Dichosa Costa Rica, donde el enfrentamiento bélico no está entre los recursos del imaginario de la ciudadanía. Pero por el hecho de que no tengamos ejército no podemos dar por sentadas las bases pacíficas de nuestra convivencia democrática.
Todas las personasos somos libres e iguales en dignidad y derechos, como lo proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.”
Es algo que suena hermoso recitar, pero que ha planteado y plantea desafíos reales en nuestra práctica democrática. Debemos poner el respeto a la dignidad de todas las personas y sin ninguna distinción en el centro del debate político y público.
La visión de Lincoln, como la de quienes redactaron la Declaración Universal de Derechos Humanos, encierra una visión ética para la humanidad, que entendiendo las relaciones conflictivas de las sociedades, aspira a que sea la empatía, la solidaridad, el afecto o en su mínima expresión el respeto recíproco, las que normen las transformaciones en democracia. Por el bien nacional, llamo a que debatamos el fondo de los temas, y no contra las personas.
La agilidad de las tecnologías es fundamental para el desarrollo del país, pero no debe confundirse con la ligereza, la ligereza para calificar, o descalificar a la otredad, para lastimarla o subestimarla, para hacerle un daño o un mal.
Siento con sinceridad que en Costa Rica, en muchas ocasiones nos olvidamos del respeto que debe prevalecer en nuestros debates políticos y públicos. Y al mismo tiempo olvidamos todo de lo que somos capaces de lograr y lo que nuestra plataforma de desarrollo, muy admirada en el mundo puede hacer realidad.
Ese respeto es además un elemento de competitividad y efectividad. Podemos hacer que las cosas avancen, en paz y entendimiento. En Costa Rica esta es una ventaja competitiva que debemos explotar más, en un tiempo donde debemos avanzar con agilidad.
Grandes cosas esperan a Costa Rica. Estoy segurísimo de ello. Debemos avanzar. Con la reforma fiscal, no como un fin en sí mismo, sino como un piso cierto para progresar en otras materias. Reactivar la economía, impulsar reformas democráticas, movernos decididamente hacia la inclusión educativa, en innovación, en liderazgo en temas de medio ambiente: esa es la agenda que tiene este gobierno y que debe tener este país.
Por el bienestar compartido, por el desarrollo, por la misma salud y credibilidad en nuestras instituciones, es que debemos demostrarnos capaces, de transformar positivamente la experiencia de vida de las personas, cambiando y mejorando la realidad.
El sustantivo singular Pueblo, el Soberano, engloba en su realidad la pluralidad de voces. Así lo entiendo como gobernante. Soy Presidente de un cuerpo polifónico único en el mundo y maravilloso. Tenemos que ser sabios y humildes para, en multiplicidad de voces, dar los siguientes pasos valientes en nuestro desarrollo. En esta empresa colectiva, en este barco nacional, estamos todos montados a bordo y entiendo que mi trabajo es, con todas las personas, llegar a un mejor puerto. Confío plenamente, porque el trabajo está en en nuestras manos de todos, en que así será.