Por: Jaime Ordóñez
Principio básico de teoría del poder y del conflicto: el que victimiza al otro pierde. Pierde el argumento y pierde la batalla. Pierde su narrativa. Esto es lo que ha sucedido en Cataluña este 1 de Octubre. Y ese ha sido el gran error de Madrid y de Rajoy: con su torpe intervención policial han transformado un referéndum débil y absurdo (criticado adentro y afuera) en una causa popular. Victimizaron a Cataluña. En sólo 48 horas de torpezas transformaron un disparate en un fuego nuevo.
Hasta hace pocos días, el movimiento para la secesión catalana del resto de España era un profundo error de Puidgemont y de sus aliados de la COU (un regreso al nacionalismo decimonónico), criticado incluso por catalanes ¨tan probados¨como Jordi Grau, Isabel Coixet, Rosa María Sardá o Joan Manuel Serrat, o por un intelectual vasco tan incuestionable como Fernando Savater, quien tanto defendió el Estatuto de las Autonomias para su País Vasco pero también para Cataluña y la Generalitat por décadas. Y por miles de personas en todo el mundo, incluso la Unión Europea y todos los socios, que criticaban el secesionismo catalán y no estaban dispuestos a reconocerlo como un nuevo estado miembro. Aparte de que efectivamente se convocó violando la Constitución y el ¨Statut ¨, la poca validez del referéndum era mucho más que jurídica: era política. Tenía que ver con la organización del poder en este siglo XXI.
¿Tiene sentido invocar nacionalismos separatistas en pleno siglo XXI, cuando apenas 14 meses atrás todo el mundo había criticado lo mismo del Brexit y en la retrógrada decisión de Londres? ¿Tenía sentido una secesión cuándo el ¨Statut¨ provee uno los regímenes autonómicos más maduros del planeta, mejor en muchas cosas que los “Lands” alemanes o el régimen de las provincias canadienses? El régimen autonómico catalán está muy desarrollado en varios ámbitos y la clave era renegociar los aportes financieros, ciertamente excesivos, al resto de una España que sólo tiende la mano parar recibir.
Sin embargo, lo que era un referéndum guiado por un nacionalismo trasnochado, se transformó en las últimas horas—a partir de la torpe intervención de la policía de Madrid golpeando ciudadanos, adultos mayores y muchachos en media calle—en una reivindicación popular que quizá durará muchos años, décadas. Le dio legitimidad. Atrasó las manecillas del reloj a 1975, cuando la muerte de Franco. Cohesiono en pocas horas los resentimientos de décadas y siglos, que habían quedado atrás.
Madrid debió haber dejado que el referéndum se celebrara y punto. Era un referéndum no vinculante, y cuyo resultado no hubiese tenido impacto en la Unión Europea. Y quizá hubiese ganado el No, igual que sucedió en Escocia. Sin embargo, la torpeza y el matonismo policial del gobierno en Madrid hizo revivir los fantasmas del pasado, ese tufo de represión autoritaria de otros tiempos. De repente, salieron los esqueletos de muchos armarios. Y han encendido una hoguera que no será fácil de apagar.