Por Jaime Ordoñez
Cuenta la leyenda que Inmanuel Kant—el gran filósofo alemán que prácticamente nunca salió del pequeño pueblo de Konigsberg, en la antigua Prusia, y que era extraordinariamente metódico—rompió su disciplina muy pocas veces. Una de esas pocas ocasiones fue cuando le llegó la noticia del triunfo de la Revolución Francesa, en 1789, a eso de las 11 de la mañana. Dicen que detuvo su rutina de trabajo, buscó una copa de vino y celebró con mucha alegría, a pesar de lo inapropiado de la hora.
Lo mismo nos sucedió a muchos el domingo anterior, cuando nos avisaron que Enmanuel Macrón había ganado la elección en Francia por un 65% de los votos contra Marine Le Pen, la heredera de la extrema derecha francesa, neofascista y xenófoba. Pretendía, además, sacar a Francia de la Unión Europea, lo cual hubiese sido una estocada a muerte para esa unión de países que nació después de la II Guerra Mundial. Yo no seguí los pasos de Kant ese día: no descorché una botella de vino a las 11 de mañana, hora en que también, curiosamente, recibí el whatsapp desde París. Sin embargo, me alegré mucho y pasé casi todo el día con una sonrisa. La idea de la Ilustración y la libertad y los derechos civiles había ganado.
La elección de Francia ha sido un respiro para todos los ciudadanos del planeta que apostamos por las libertades, el respeto de los derechos humanos y una cierta forma de civilización que nació en 1789 y se extendió durante el siglo XX, después de la 2da Guerra Mundial. La civilización basada en la Declaración Universal de Derechos Humanos, la democracia liberal y el respeto por los individuos, la diversidad, la tolerancia y el bien común.
Sin embargo, no hay que celebrar demasiado. A pesar del triunfo de Macrón ( y las victorias recientes por la mínima en Austria y en Holanda) lo cierto es que hay una ola populista que sigue surgiendo en el planeta. Esa insurgencia se expresa en movimientos de derecha o de izquierda según el caso, y en muchas ocasiones se juntan, como sucedió en Italia hace un año con la alianza de la ultraderecha de Liga del Norte y la extrema izquierda que se aliaron para tumbar del poder al primer ministro Mateo Renzi. Afortunadamente, en Francia los votos de los jóvenes y sectores de izquierda se alinearon con Macrón, a pesar de que Melenchon le negó el apoyo. Pero en otros escenarios puede no ser así. Los millenials y los jóvenes descontentos del planeta son hoy casi el 45% de los padrones electorales.
No hay ninguna batalla ganada. Las causas del malestar con la globalización siguen allí. La globalización económica tiene sus defectos (como viene recordado Stiglitz y tanta otra gente desde hace más de una década) y genera descontentos en uno y otro lado. Se trata de un populismo antisistémico, que rechaza el multilateralismo. La derecha británica de Nigel Farage y Boris Johnson sacó a Gran Bretaña de la UE y el autoritarismo troglodita de Maduro está haciendo lo mismo, sacando a Venezuela de la OEA. La dos caras del mismo fenómeno, del mismo monstruo que sigue creciendo en el planeta.