Por Lafitte Fernández
No sé cómo terminará esta copa mundial de fútbol. Yo me regreso a El Salvador. Ya pasé varios días en Brasil. Comienzo mi regreso a El Salvador, un poco golpeado por la muerte de un hombre que fue muy importante en los primeros años de mi vida. Alberto Cañas tenía sangre costarricense y salvadoreña. Demasiadas coincidencias sellaron su vida y su obra.
Intenté mirar otros partidos de fútbol pero la reventa estaba a precio de escándalo. El valor de los aviones para desplazarse de una ciudad a otra también.
Sólo pude mirar un partido de fútbol. Vi a Costa Rica ganarle tres goles a uno a Uruguay. Me saqué la lotería. Nunca me sentí más costarricense en mi vida. Grité, luché, me quité de la cara la bandera uruguaya. Era fútbol. Es cierto. Pero también se trataba de pelear por la sangre que se lleva adentro. Momias no somos. Y esa vez gané y fui feliz, muy feliz.
Usted no me lo ha pedido. Pero le haré un recuento de lo bueno, lo malo y lo feo de mi viaje a Brasil. Empiezo:
A. Lo feo: sentirse cercado, sitiado, por treinta mil uruguayos, sentarse en un estadio donde te pasaban la bandera por la cara, te humillaban, te ofendían, te querían hacer sentir como una hormiga. Pero esa sangre de cholo centroamericano se nos salió por los poros, luchamos y ganamos. Lo feo se nos volvió bonito. Hermoso, caso glorioso. Que muchas sociedades aprendan a respetar lo centroamericano. Lástima por Honduras que perdió tres cero. Pero saquemos pecho: ya están aprendiendo a respetarnos.
Dentro de lo feo del campeonato mundial de fútbol hay incomodidades que hay que reseñar. El internet en Río de Janeiro, Fortaleza y Recibe es exquisitamente malo. Se decía que fallaría por la enorme visita de turistas. Falso. Ya fallaba desde antes. Brasil no tiene un internet de primero mundo. Centroamérica está mejor en esa materia. No es posible tener un internet que se “va” cada cinco minutos y hay que esperar diez minutos para que regrese. Eso no es internet del primer mundo. Sé de ejecutivos y hombres de negocios que deben amenazar a los hoteles: o mejoran el internet o no pagamos la cuenta. Las conexiones son una catástrofe. Vi a cientos de periodistas desesperados por ese tema.
Otro tema feo en Brasil es la delincuencia. Los brasileños se sienten más acosados por los ladrones, pandilleros y otras especies que los centroamericanos. Aunque no lo crea, así es. Están hartos que los delincuentes los acosen, les roben, los extorsionen. También de los policías corruptos.
Sume a todo esto los abusos: los taxistas cobran a su antojo. Cancelan las máquinas que regulan los cobros. Abusan de los turistas. Muchos brasileños se han convertido en máquinas para atracar a los turistas. Lo que vale diez, cobran cincuenta. Pareciera que la gente quiere hacer su agosto. Muchos cobran hasta para dar una dirección. Feo, muy feo, se miran esas conductas en anfitriones de tanta gente.
B. Lo malo: sentir que las ciudades de Brasil no estaban preparados, por más que se empeñaron, en ser anfitriones de un campeonato mundial. Cuando usted debe durar dos horas para salir de un estadio de fútbol, dos horas más para llegar al hotel y debe auxiliarse de taxistas que le cobran cuatro veces por cumplir una carrera normal, es que ese país no está preparado para recibir un campeonato mundial de fútbol. Muchas veces me sentí estafado. Muchas veces me sentí infeliz.
Muchas veces me sentí manipulado por otros que querían meterme la mano en el bolsillo en un país caro, muy caro, para los visitantes de otros países.
C. Lo bueno: mirar a los brasileños normales y corrientes actuar como anfitriones. Se esmeran por ser grandes anfitriones. Hacen todo lo que tienen a su alcance para servir. Los brasileños son gente buena. Es bueno también ver obras monumentales construidas por la gente, aunque no estén acabadas. Los brasileños se esforzaron. Se esmeraron por hacer lo mejor. Es gente industriosa.
¿Por qué hay un inmenso número de obras sin concluir?, no lo sé. Hay quienes dicen que en el mundial de fútbol se está probando que Brasil no tiene el talante para manejar otras de clase mundial. Tal vez eso sea cierto. Tan vez no. Pero, hay que reconocer que algo falló. Algo no estuvo completo. Bastaba con llegar a los alrededores del estadio Maracaná para ver que el milagro brasileño no era tal. Cientos de trabajadores trabajaban día y noche, dos días antes de que se jugara ahí el primer encuentro entre Argentina y los bosnios.
Bueno también es mirar a una nación entera disfrutar del fútbol. Lo gozan, lo disfrutan, lo analizan como pocos. Saben quiénes fallan y quiénes hacen milagros al segundo. Por algo los brasileños son quienes más campeonatos mundiales han ganado en la historia del fútbol.
Es bueno también conocer que Brasil se ha convertido en un nuevo laboratorio social para el mundo. Cuando dos o más millones de personas marchan para protestar contra los gastos públicos en la construcción de estadios de fútbol, no podemos más que estar notificados que, si en el pasado, Brasil sacó de la pobreza a unos 35 millones de personas, ahora hay gente que quiere que los cambios y las luchas sociales se deben desde abajo hacia arriba. Y esto último es una gran diferencia. Eso es parte del nuevo laboratorio social.
Yo me retiro de Brasil. Seguiré escribiendo del campeonato mundial pero desde El Salvador. Ahora me toca medir la fibra local. Mis apuestas se están cayendo: ya no creo que Brasil sea el nuevo campeón. Veo a los alemanes atropellados. “Animalados”, para escribir con cariño. Costa Rica hará esfuerzos por pasar a la segunda ronda. Ojalá pueda hacerlo. La apuesta es demasiado grande. No veo a muchos que sorprendan., Tal vez los holandeses después de humillar a España.
Todo es una ruleta que da vueltas. No creo que nadie esté seguro de sus apuestas. Por lo menos desde ahora.