Por Jaime Ordoñez
La Extra acaba de celebrar 35 años de existencia. Quiero hacer una breve reflexión sobre el legado de William Gómez, ese excelente periodista y gran ser humano que fue su fundador. Además de ser el pionero en el país de un estilo de periodismo hasta entonces inexistente —el periodismo de la calle, construido a partir del lenguaje popular, tremendista en mucha ocasiones, sí, pero profundamente vernáculo—, William Gómez fue un gran luchador en otro campo, tanto o más importante: la defensa de la libertad de expresión.
Sobre esto quiero contar una anécdota. Hace seis años, pasado el referéndum del TLC con Centroamérica y los EE.UU. (el cual dividió a la opinión pública costarricense como pocas veces en las últimas décadas), un buen día el Ing. Rodolfo Silva y yo recibimos una llamada de William invitándonos a conversar.
Acepté gustoso pues en ese último año le había tomado un gran respeto. En ese complicado debate nacional, Diario Extra había demostrado una tolerancia y apertura para publicar todos los puntos de vista, por encontrados y polémicos que fueran. Su posición fue admirable.
Pocas horas después, en un largo almuerzo de casi tres horas, quedó sellado el nacimiento de un suplemento que se llama “Página Abierta”, el cual se publica todos los martes en este diario, y en el cual me honro acompañar a ciudadanos tan honorables como Rodolfo Silva, Alberto Cañas, Rodrigo Madrigal Montealegre, Juan José Sobrado, Haydee Mendiola, Sonia Marta Mora, Juan Manuel Villasuso, Marcia González, Armando Vargas y Jorge Araya. Julio Suñol se nos murió hace tres años. El compromiso era publicar en este nuevo suplemento todos los puntos de vista sobre la vida del país, por diversos y polémicos que fueran. Gobierno y opositores al gobierno; empresarios y también sindicalistas; aperturistas y opositores a la apertura del mercado eléctrico, etc. Diputados y políticos de todo el espectro. Todo el mundo ha publicado allí.
Poco meses después de fundada “Página Abierta” –y por invitación del propio William— empecé, además, a escribir esta columna semanal. La idea pactada con él era hacer, todos los lunes, una parrafada directa, polémica, que hablase de cualquier tema sin pelos en la lengua.
He tratado de hacerlo con entusiasmo (el resultado, bueno o malo, ya lo juzgarán los lectores), por más de 5 años. Para mí, en todo caso, ha sido un reto y un motivo de alegría.
Pues bien, lo que quiero contar aquí es que en todos estos seis años, primero con William en vida (y ahora con doña Iary su hija, quien parece haber heredado genéticamente las mismas convicciones de su padre), nunca —absolutamente nunca— recibí una llamada telefónica, un email o ningún mensaje pidiéndome cambiar ni una coma de una columna. Repito: ni una coma. Hubo artículos en los que sé que William y yo pensábamos distinto.
Adicionalmente, sé que en todos estos años los directores de este medio recibieron presiones, quejas (y hasta alguna admonición por allí) de algunos personajes mencionados en una columna que, necesariamente, tiene como objetivo la polémica y el debate público. Sin embargo, ambos tuvieron la valentía que debe poseer todo buen director de un medio de comunicación: defender siempre a sus colaboradores y escritores. Defender siempre el principio de libertad de expresión.