Por Víctor Quirós, Antropólogo
Creo que para comenzar desde lo más amplio -y tratar de hacer una especie de "ingeniería en reversa"-, hoy el ejercicio profesional, en la generalidad de campos, está vulgarizado. El caso del periodismo es particularmente triste y desalentador, más cuando a diario se ven, por ejemplo en televisión, producciones periodísticas que bien podrían considerarse las versiones en TV de las revistas "Buen Hogar" o "Vanidades". (Y más desalentador es darse cuenta de que sus estrellas son todos unos personajes populares, reyes de la farándula.)
Ahora, las razones de esta vulgarización pueden ser igualmente variadas. Creo, no obstante, que hoy hemos sido ideologizados dentro de una cosmovisión nihilista: no hay nada intrínsecamente cierto -todo es cierto, pero, entonces, tampoco nada es falso; nada es intrínsecamente bueno -todo es bueno, pero, entonces, tampoco nada es malo; nada es intrínsecamente ético, -todo es ético, pero, entonces, tampoco nada es antiético; nada es intrínsecamente moral -todo es moral, pero, entonces, tampoco nada es inmoral; nada intrínsecamente adecuado -todo es adecuado, pero, entonces, nada inadecuado.
Eso es consecuencia y parte de algo más grave: hoy se ha hecho creer a cada individuo que él, ante la ausencia de referentes morales y éticos, es el referente absoluto de sí mismo, y su voluntad, un derecho absoluto; una potestad indiscutible.. (Conozco casos de padres de familia que, apadrinados con abogados, han ido a encarar a maestros o profesores ante una llamada de atención o la aplicación de alguna medida para corregir la conducta de sus hijos.)
Anularle deberes y responsabilidades a un individuo y absolutizarlo dentro de su universo, equivale a deshumanizarlo, cuando no a bestializarlo. Y eso es otra característica de nuestro tiempo: la deshumanización del individuo y de lo social.
Hoy casi todo lo humano tiende a explicarse en términos de psicología evolutiva o de formalizaciones académicas racionales que pierden el contacto con la realidad y lo peor, se confunden con esta; por lo que lo humano, entonces, no es tal; es algo animal o biológico o bien una construcción social. (Leía en La Nación a Peter Singer sugerir abiertamente que una vaca es moralmente más relevante que un ser humano en gestación, porque éste, entre otras cosas, tiene capacidades mentales "limitadas". Igual existen ya profesionales de la ética médica que comienzan a sugerir que el infanticidio es una práctica moralmente aceptable, especialmente si el recién nacido viene con malformaciones congénitas. Más antes leía, también en La Nación, a una feminista sugerir que no había tal cosa como un "instinto materno".)
¿El resultado de esto? Un individuo vaciado de su humanidad, que vive y actúa en función de instintos primarios materiales: intolerante a la frustración y al fracaso, evita el esfuerzo (para tontos) y busca lo rápido y fácil, y cuantos menos prójimos le estorben, mejor. (La absolutización, racionalización y deshumanización del individuo comienzan a gestarse, a mi parecer, desde la Ilustración, cuando se abandona la filosofía aristotélica y platónica; pero ese es otro tema.) Por eso es que el periodismo efectista goza de tanta aceptación hoy. Va a eso: a las emociones primarias, que es lo que el individuo contemporáneo demanda para vivir.
Algo parecido sucede en las redes sociales. Es cierto que se han convertido en un instrumento invaluable de denuncia ciudadana y, hasta cierto punto, de control político; pero también es cierto que están llenas, y mucho, de ruido. De individuos que opinan de todo y se meten en todo, a punta de gritos y altanería -el típico hombre-masa que describía Ortega y Gasset en su gran ensayo, "La rebelión de las masas"-; de opiniones ligeras por las que, se nota, no ha habido mayor esfuerzo en su elaboración (el esfuerzo es para tontos).
En resumen, de peticiones airadas de cabezas y de sangre. He leído en especial a un individuo con un serio trastorno narcisista referirse a un interlocutor con quien no congeniaba, como "porquería de persona". Si uno se fija, en alguna medida las redes sociales en Costa Rica se están convirtiendo en versiones cibernéticas de los infames "juicios populares" característicos totalitarismo comunista y fascista (dos caras de una misma moneda, pero ese también es otro tema).