Por José Mairena, Periodista
El voto de Franklin Chang, nuestro científico más célebre, vale lo mismo que el de un condenado por robo a mano armada. La democracia es así; iguala a los ciudadanos en un sentido matemático tan estricto que, para que las cosas salgan bien, la esperanza radica en que la mayor cantidad posible de gente sea muy bien educada para que pueda discernir y esté bien informada para que pueda elegir.
Sin embargo, información y educación, lejos de ser procesos paralelos encausados por actores distintos, son actividades complementarias en la comunicación política.
El periodismo cumple esa función educativa cuando facilita datos, ideas y ejemplifica comportamientos para resolver problemas de manera tan clara, que la gente sea capaz de enseñarla a los demás. Si los periodistas abrazaran esa tarea, el producto de las noticias sería interesante, útil y tendría un impacto positivo en la vida social.
Lamentablemente, el periodismo actual parece estar más centrado en la búsqueda de la novedad, de la animada controversia, del dato curioso y de la historia sensacional; es decir, del tono conmovedor por sí mismo, indistintamente del valor social de la información tratada.
Y en eso no estamos solos. Como ejemplo, un buscador de Internet ofrece informaciones del día según un ranking emocional de diez categorías, según la siguiente denominación: la que nos hace feliz, estar informados, estar tristes, asombrados, aburridos, enojados, inspirados o preocupados.
Al parecer, nuestros medios todavía no tienen esa clasificación, aunque no escapamos a lo que Vargas Llosa llama la "cultura del espectáculo", periodismo más centrado en entretener que en informar. Según su posición, la lucha por la cultura y las ideas es un presupuesto fundamental para ganar la batalla política en el mediano y largo plazo.
Y, de inmediato, surge la pregunta: ¿Quién da esa lucha? Sospecho que vamos a seguir jugando el juego de echarnos las culpas: los ciudadanos dicen que los políticos, los políticos hablan de la ingobernabilidad, los notables por su parte, atacan la trabazón de los vacíos de autoridad o el desequilibrio de poderes donde se anida la abulia y el descontrol.
Así, la crisis en el liderazgo político, va de la mano con la crisis de la educación, del periodismo y de quién sabe cuántas más. Todas esas zonas agotadas de la vida social que debilitan la ética del ciudadano, el entusiasmo por hacer las cosas bien a favor del progreso individual y del bien común.
Obviamente, el periodismo se defiende de la crítica gracias a la metáfora de Watergate. Durante la década de los 70, los periodistas de Washington siguieron la pista de un hurto menor en el edificio de oficinas de Watergate, hasta llegar a la Casa Blanca. Este reportaje llevó a investigaciones en el Congreso y finalmente a la renuncia del presidente Richard Nixon.
El profesor Silvio Waisbord dice al respecto que “el desempeño de la prensa durante el caso Watergate se consideró el espejo que refleja lo mejor que el periodismo puede ofrecer a la democracia: hacer que el poder rinda cuentas. El periodismo de investigación también contribuye a la democracia mediante el fomento de una ciudadanía al tanto de los hechos.”
El profesor de la universidad George Washington acierta en el punto. Incluso, podríamos dar ejemplos similares para nuestro país. Los periodistas de La Nación siguieron la pista de una mujer a la que le negaron la comisión de la venta de una casa y llegaron hasta la presidencia de la CCSS.
Sin duda, cuando el periodismo se defiende con esa idea lo hace bien y casi estamos convencidos. Sin embargo, seamos claros: el ejercicios de todos los días, no de los grandes casos de corrupción, tiene dificultades porque la tarea de estar bien informado es una ecuación más compleja de lo que parece.
Es necesaria una confianza mutua en el papel que juega cada uno para la democracia. Es tan necesaria la voluntad de transparencia del gobierno para que haya acceso fácil a los documentos públicos y también son necesarias leyes que garanticen el acceso sin límites a los asuntos públicos a cambio de la garantía ética del acto periodístico.
En nuestro país, por el contrario, noto cierta desconfianza mutua entre los actores políticos y la prensa. Los periodistas parecen actuar bajo la idea de que todo funcionario público es corrupto hasta que se demuestre lo contrario y todo funcionario público parece pensar que todo periodista es un sensacionalista insensato, capaz de montar cualquier espectáculo mediático, solo con el propósito de llamar la atención sobre sí mismo, seres ansiosos de publicar relatos sin debida confirmación y con muy escasa voluntad para conceder el derecho de rectificación y réplica.
Notemos, por último, el escenario donde ambos grupos se encuentran: la cobertura de la Asamblea Legislativa dejó de ser crónica periodística y pasó a ser presentado en forma de noticia. ¿Qué implicaciones tiene este cambio en la estructura informativa? Lo importante dejó de ser el reporte de las argumentaciones del debate legislativo, según se fue desarrollando en la dinámica de los legisladores, y comenzó a ser el reporte de la curiosidad del día, con un foco muy centrado en los protagonistas y no en sus ideas.
El periodismo se retiró poco a poco del debate de las ideas y se centró en una personalización de la política que encontró una gama de políticos dispuestos a ser caracterizados en un juego meramente teatral, ellos aceptaron gustosos su papel de actores, interpretando emociones que a veces no combinan muy bien con el entendimiento racional del debate de las opiniones.
En ese escenario de comunicación política, prensa y legisladores juegan el mismo papel, ellos juguetean a complacer un público necesitado de emociones, interpretando poses para su diversión, ellos le dan circo con poco pan hasta que un día, el pueblo se canse del mismo programa de comedia y busque otro.
Tal vez ocurra cuando el Tribunal Supremo de Elecciones incluya la casilla para votar por “ninguna de las anteriores” y esa opción resulte ganadora, tal vez surja algo. Sería algo igual a cambiar de canal solo para ver qué hay del otro lado.