Por Eduardo Ulibarri Bilbao
Actualmente funge como embajador de Costa Rica ante la Organización de Naciones Unidas
Durante años recientes, las mayores reflexiones, preocupaciones e iniciativas sobre el periodismo contemporáneo, en Costa Rica y el mundo, se han centrado en sus conductos e instrumentos.
Varias razones justifican esta tendencia. De la mano de la digitalización, las redes, la alta definición, la interactividad, la portabilidad, el fácil acceso, el tiempo real y la masiva agregación y procesamiento de datos, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han planteado enormes desafíos al periodismo y la industria de los medios de comunicación.
Su impacto ha transformado la relación entre esos medios y el público; ha eliminado las barreras de tiempo y lugar para recibir o generar contenidos; ha borrado las usuales fronteras entre fuentes, emisores, mediadores y receptores, ha trastrocado las estrategias publicitarias y ha alterado o arrasado tradicionales modelos de negocios
Desconocer estas nuevas realidades tecnológicas, con su enorme impacto social, profesional y financiero, sería suicida.
Ante ellas, sin embargo, no basta con pensar y actuar en relación con los soportes e instrumentos de los mensajes. Tan importante o más es volver nuestra mirada introspectiva hacia sus contenidos y hacia las prácticas y principios que los nutren: ideas, conocimientos, experiencias, posturas éticas, necesidades sociales, hábitos, gustos, vinculación con el entorno, interacción con el público y relación con las fuentes informativas.
Se trata, en última instancia, de reflexionar sobre la razón de ser del periodismo; y hacerlo, por supuesto, a partir de las cambiantes realidades que lo envuelven. Estas reflexiones, idealmente, deben ser constantes, estar bien sustentadas, trascender lo coyuntural e inspirarse en la autocrítica racional y constructiva.
He aquí la gran tarea pendiente para el periodismo nacional y, sobre todo, para los periodistas que lo ejercemos. (Entre ellos me incluyo, aunque ahora realice otras funciones).
De cómo abordemos los aspectos más sustantivos de nuestro quehacer dependerá, en enorme medida, nuestra vigencia como profesionales, la del periodismo como profesión, y la de las empresas que le dan sustento económico y organizativo.
Siento que nuestro periodismo, con indudables excepciones, se ha venido deslizado paulatinamente hacia la regla del más bajo denominador común. Esta medida varía según el perfil de cada medio y sus públicos metas; también, según la autoestima y formación de cada periodista. Aún, dichosamente, existe variedad.
Sin embargo, percibo una tendencia emergente a desdeñar (o desconocer) la heterogeneidad del público y a descuidar la necesidad de generar contenidos de calidad y relevancia. Esta tendencia ha conducido a enmarcados simplistas de realidades cada vez más complejas; a un abordaje más emotivo que racional de hechos, situaciones y personajes; a una agenda limitada en temas, estilos y géneros; a una falta de elementos que permitan al público entender mejor su entorno, e, incluso, a una disminución en la creatividad.
Así, una parte de nuestro periodismo ha caído, o se ha acercado peligrosamente, a la irrelevancia, la repetición y el tedio. Abundan las fórmulas; escasean las innovaciones.
Para cambiar de dirección necesitamos, entre otras cosas, más y mejores ideas sobre cómo hacer un periodismo que, además de relevante y justo, sea atractivo, imaginativo, entretenido y económicamente viable. Necesitamos desarrollar la capacidad de análisis y crítica, para escarbar en lo oculto y denunciar lo indebido, pero sin perder la necesidad de balance, precisión y juego limpio en la cobertura. Necesitamos entender mejor los fundamentos de la organización y dinámicas del Estado, la política, la economía, la sociedad y la cultura.
Por su parte, las organizaciones periodísticas deben invertir tanto o más en la calidad de su gente que en la rapidez de sus computadoras, y preocuparse por crear entornos que conduzcan tanto a la creatividad como a la eficiencia.
Se trata, en síntesis, de avivar el imperativo de la excelencia, individual y colectiva. Hay que hacerlo afincados en la realidad, que es competitiva, cambiante e incierta. Pero hay que hacerlo. Los beneficios serán para todos: la sociedad, la profesión y las propias empresas.