Entre plástico y basura

    Relato de la impotencia

    Entre plástico y basura

    Por Vilma Ibarra
    Hablando Claro

    Frontera de Peñas BlancasUn periodista no es más que un observador, testigo del momento. A veces, incluso desprovisto de voz para preguntar, de libreta para anotar, sólo aspira a captar las imágenes que tiene ante sí, intentando no perder lo significativo.

    Por dos días, (4 y 5 de setiembre) el ejercicio consistió en visitar los campamentos bajo techo y los acampados a la intemperie que marcan hoy la fisonomía de la siempre polvorosa geografía de Peñas Blancas, en la frontera norte. Esa, que celosamente guardan policías y militares nicaragüenses para impedir el paso de migrantes. Eso sí, sin identificarme como periodista.

    Gracias a mi amigo Nacer Wabeau, africano costarricense, escritor y catedrático, ser humano de enorme sensibilidad que ha recorrido una decena de veces los campamentos en el norte y en el sur, fui como parte de una misión humanitaria espontánea (como otras que se hacen) que llevaba unos pocos alimentos, ropa y zapatos.

    Los migrantes son reacios a cámaras que los ausculten o les invadan la pauperización en la que están sumidos. Después de todo, lo único que quieren es seguir su camino. No confían en nadie, entre otras, porque llegaron a Costa Rica después de haber sido vejados en el largo camino que emprendieron desde Brasil, allá donde un día fueron acogidos para trabajar y ahora con la crisis económica y especialmente con la caída de sus protectores Lula Da Silva y Dilma Rousseff, fueron conminados a salir. ¿Y si no a Estados Unidos, adónde más?

    Frontera de Peñas Blancas


    Deldu, frontera norte Peñas Blancas

    El menos informado conoce la historia reciente: apenas enviando el último grupo de cubanos a su destino, numerosos ciudadanos de piel negra empezaron a llegar a Paso Canoas en abril.

    No es que antes no vinieran. Tienen años pasando graneados. Pero ahora llegan en contingentes. La inmensa mayoría -95% dijo el Canciller González, aunque otras autoridades aseguran que la proporción es 80-20- son haitianos.

    Hoy están ingresando entre 176 y 210 al día. Sí, fácilmente 5,000 al mes. Es un transitar pesado y doloroso que encuentra tope en las férreas políticas del orteguismo nicaragüense que ayer nos hizo de cuadritos la existencia con el paso de cubanos pero que ahora nos multiplica ad infinitum los problemas con la tenaz oposición a abrir el paso humanitario.

    Algo que sólo le sirve al coyotaje. Hoy las cuotas de paso se han duplicado. De los $600 que se pagaban semanas atrás, la tarifa actual ronda entre $1,000 y $1,300. Y claro, el dinero lo es todo. Y algunos ya no lo tienen. Unos fueron asaltados, otros engañados por falsos coyotes. Porque hay coyotes de verdad y los hay disfrazados que los estafan. Y no es que unos sean menos malos que los otros. Simplemente hay diferentes formas de burlar la ley y al prójimo. La bajeza de la que es capaz el género humano no tiene límite. También se requiere plata para el día a día. Hay que agenciárselas para todo.

    Un plato de comida hecha en fogón en el suelo, cuesta $4. Bañarse es un lujo. Y hacer las necesidades un impostergable. Y cuando hay 18 baterías sanitarias para 2,500 seres humanos y están rebalsadas a máxima capacidad, no sólo el olor es insoportable e insalubre, sino que el cuerpo obliga a evacuar en cualquier parte.

    Ni que decir de la basura, que no puede contenerse en unos pocos estañones saturadísimos. Deshechos hay por todas partes. Compiten en escena con los plásticos negros atados a palos que sirven de covachas míseras para guarecerse de la lluvia y para medio cerrar los ojos cuando el cansancio termina por vencer a la frustración de un día más sin resultados.

    Frontera de Peñas BlancasDeldú es un acampado gigante. No diría que es zona de nadie, porque es lo único que hoy puede llamarse como su territorio. Pero no hay (o al menos no había en los dos días que lo visitamos) presencia estatal. Ahí caben -según Migración- un máximo de 1,000 seres humanos. Pero hay unos 2,500. ¿Y por qué está tan lleno un espacio a la intemperie cuando hay disponibilidad de campo bajo techo y con mejores condiciones en El Jobo, por ejemplo? Porque la ansiedad los conmina a estar tan cerca como puedan de la frontera. Paradójicamente por el sitio exacto por donde es más improbable pasar.

    Deldu, a 100 metros de la guardarraya de la zona primaria de frontera es un perímetro abierto con piso de tierra. Ahí, la situación de los migrantes es lo más parecido al hacinamiento carcelario. Como quien dice, una crisis humanitaria para sumarla a la otra. Sólo que a la intemperie. Y con seres humanos cuya única infracción ha sido la pauperización y la falta de oportunidades donde les tocó nacer.

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    Hoy están sobreviviendo en medio de la suciedad, el polvo, el barro y con poquísima disponibilidad de letrinas y agua. Ante el riesgo de una crisis sanitaria y el peligro constante de que se desate un incendio por alguno de los muchos fogones con que cocinan en el suelo a centímetros de centenares de todos plásticos. No hay de otra. Hay que comer.

    Busco en mi memoria, y lo más cercano que recuerdo a estas imágenes se asienta en los aciagos tiempos en que miles de nicaragüenses, expulsados por aquella guerra de reivindicación sandinista hoy traicionada, venían a refugiarse. Eran los tiempos en que los ticos formábamos una sola Patria. Además, comulgábamos con aquella lucha y nos sentíamos hermanos. Los acogíamos con brazos abiertos. Con nuestros propios recursos, con maratónicas de solidaridad y con generosa ayuda internacional. Cruzaban por esos mismos trillos y veredas (puntos ciegos, les llaman irónicamente) que han usado por décadas. Los mismos –sólo que en sentido contrario- que están buscando hoy desesperadamente haitianos, africanos y algunos asiáticos que persisten contra pronóstico, en seguir su paso.

    Aquí no quieren. Allá no pueden. ¿Por qué no piden refugio en nuestro país? Gerda de 33 años es tajante; su sueño como enfermera es trabajar y estudiar en Estados Unidos, ganar en dólares; no en colones, dice. Moaj un informático de 24 años, no acepta quedarse como obrero de construcción, que es además del servicio doméstico y la agricultura, la opción disponible si aceptaran el refugio. Su estribillo se repite una y otra vez: queremos seguir. Pero Nicaragua no da paso. Un puente aéreo como el que se implementó con los cubanos es imposible. Ni siquiera tienen identificación. México no los aceptaría abiertamente y Estados Unidos menos, en plena campaña electoral y con un Trump amenazante. Y ellos no quieren quedarse. Pero están aquí.

    ¿Y mientras tanto? No sólo el gobierno luce desbordado y con insuficiencia de recursos. La gente del limítrofe cantón de La Cruz quedó exhausta después de los cubanos. Se les dijo que esa había sido su cuota y no quieren nada más con migrantes. Aseguran sentirse abandonados por el gobierno central, que por supuesto no acepta ese señalamiento. Empeña sus esfuerzos; los que a vista del tamaño de este drama impensado para la Administración Solís Rivera, lucen muy limitados.

    Además, ahora está el factor cultural. Y las siempre propias dinámicas de los flujos migratorios, que de algún modo se gestionan per se. Un ejemplo de ello, es que ahí mismo en el acampado de Deldu, la Comisión de Emergencias construyó una instalación para cocinar que fue tomada por los migrantes para una necesidad primaria del siglo XXI: la comunicación; es decir, la recarga de celulares. Porque en medio de la miseria, todos tienen teléfono para dar cuenta a los familiares de que aún siguen con vida, para rogar por dinero y también para alimentar las esperanzas cuando alguien adelante avisa que ya logró llegar a la tierra prometida y sirve de faro de ilusión a los demás.

    Mientras esa dinámica de cada larguísimo día se sucede, muchos pobladores de La Cruz no quieren redoblarse las mangas para atender más migrantes. Ni siquiera la Iglesia Católica, que en una muestra incontrovertible de su decisión, mandó a poner rejas alrededor de la Casa de Dios y cerró el acceso que por meses sirvió para albergar gente.

    Por todas partes. Migrantes que no están en el oprobioso acampado de Deldu y tampoco en los pequeños y mejor acondicionados campamentos de El Jobo cerca de Puerto Soley o de San Dimas en Las Vueltas, deambulan por las calles. Duermen en el anfiteatro del parque de La Cruz y se esconden cuando se les advierte de alguna amenaza, sobre todo aquellos a quienes se les venció el documento que les daba autorización de estancia por 25 días. Nadie sabe por qué ese lapso y no otro. Y eso fue hace dos y tres meses atrás. Por eso de pronto “desaparecen”. Porque corre algún rumor que los asusta. Así fue como se desalojó casi por completo hace unos días la Playa de Puerto Soley en Bahía Sallinas. En el asedio del miedo que real o no, está instalado en sus almas.

    Frontera de Peñas Blancas¿Y la ayuda? En Deldu, los migrantes no reciben comida, ni otros insumos. Cuando fuimos llevábamos cosas. Muy pocas para tantos. Ropa, botellas para agua, jabones, pasta de dientes y tarros de leche. Demasiado insignificante el cargamento de donativos para tanta necesidad. Y ese fue otro problema que encontramos: no había a quién o dónde entregarlos, de modo que no nos quedó más que pedirles a unos cuantos que hicieran fila para el reparto. Aunque mostraron absoluto respeto, la desesperación por hacerse de un jabón o una pasta de dientes, convirtió la entrega en un caos.

    Está claro que existe la imperiosa necesidad de organizar alguna forma de recolección y entrega de insumos, de ropa y zapatos para reponer los pedazos que cubren hoy sus pies. Se necesita de todo. Y no hay casi nada. Deldu es la expresión grosera de la impotencia de esas vidas a la intemperie y de esos sueños en jirones por alcanzar un futuro cualquiera. Porque el presente no vale nada.

    Hace unos días, murieron al menos 10 en el Lago de Nicaragua. Solos a su mala suerte. Aquí en suelo nacional fallecieron dos.

    Mejor suerte corrió Willy, que muestra dos heridas de bala en una pierna. Le dispararon cuando intentó cruzar la frontera y afirma estar vivo gracias a la atención médica de Costa Rica. Pero son muy pocos los casos como para llamar la atención internacional. Y quién sabe si siendo muchos más habría ayuda.

    En Europa, el Centro de Análisis de Datos sobre Migración Global, reporta que se ahogaron o desaparecieron 3,843 seres humanos en el primer semestre del 2016 en el Mediterráneo y la crisis está desbordada con millones de refugiados. Aquí tenemos una réplica en pequeño de este caótico flujo migratorio. Pero son muchos para nuestras capacidades.

    Y vienen muchos más. La Directora de Migración Gladys Jiménez dijo al diario La Nación que esperaban 20 mil migrantes en próximas semanas. Más del doble de los que había anunciado en mayo el Canciller Manuel González. Y hace unos días, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, advirtió en un artículo de opinión que tenía informes de la llegada inminente de 50 mil.

    Cualquiera que sea la cifra es demasiado grande para atender la situación sin al menos advertir la posibilidad de que podamos perder el control. Y la negativa del régimen de Ortega, ha propiciado el fortalecimiento de las redes de tráfico, el aumento de los precios de paso y la complejidad cada día mayor para atender la situación, porque mientras más aumenta el precio, más difícil será para muchos de ellos pasar subrepticiamente al otro lado de la línea limítrofe costarricense.

    Pasar sí, pero también alimentarse, vestirse y mantenerse en pie a la espera de una solución que no se observa en el horizonte. Lo peor es que no dimensionamos lo que está pasando. Acaso porque es una realidad tan dura que golpea y es mejor, volver a ver hacia otro lado. Mientras el gobierno intenta, en solitario o con poquísimo acompañamiento hacer de tripas, corazón.

    Un periodista no es más que un testigo. Pero no es un observador objetivo. Y además yo no quiero serlo. Mi conclusión, además del dolor y la impotencia que me deja la visita, es que necesitamos de algún modo hacernos parte de la búsqueda, no de respuestas que el mundo hoy no tiene para este fenómeno que nos llegó también a nosotros, o de soluciones mágicas que no existen, sino, al menos de contribuciones paliativas y colaboraciones concretas.

    Es urgente más ayuda. Es necesario que el Estado que somos todos pero que lideran los Poderes de la República, organice y dirija esfuerzos colaborativos para atender a esos seres humanos indefensos de forma congruente con nuestra tradición de observancia de los Derechos Humanos. Es un sinsentido llorar de emoción escuchando Soy Tico, pero no tener la sensibilidad de hacerle honor a nuestra condición privilegiada de ser costarricenses.


    Acampado del Deldu - Línea Fronteriza con Peñas Blancas


     

    Albergue El Jobo - Puerto Soley


     

    Albergue San Dimas - Las Vueltas


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